jueves, 22 de abril de 2010

Como






16 de febrero
18,30 horas










Desde que te oído por última vez ya han pasado más de 30 puestas de sol.

Me avergüenza decir que no ha podido cumplir con mi palabra de venir este cuaderno para escribirte todos los días. Supongo que ha sido por falta de tiempo, pero aunque no ha pasado un solo día sin que te escriba alguna que otra cuartilla [salvo que en otros folios] contando hoy van dos días que falto a mi juramento.






Ya habían pasado 30 días de haber oído tu voz por última vez, pero seguí luchando para que el fantasmagórico virus de la depresión –tras un cultivo de frases escuchadas-, no entierre su acorazada semilla en mi corazón. A su expansión destructiva le deberé que germinen los grotescos tentáculos de mi pena incansable. Aquellos brazos horrendamente pulposos, al compás de las corrientes sangrientas recorrerán mis aortas, polifurcándose por cada una de mis venas azules. Y como si fueran las aftosas caricias de una gillette estallarán en el minuto fijado por Cristo. Y se hendirán en mi carne.

Como si continuaras telefoneando a tu antojo en casa, ahora que se arregló, ando con el Siemens en el bolsillos de aquí para allá, por si acaso suena no tener que salir como un correcaminos hacia la sala comedor.

Como si hubiera elegido un último recurso en algo, con la intensión de recordarte un poco menos voy conociendo en el Tormes nuevas orillas. Pero a pesar de mis especulantes pronósticos, apenas me asiento en ellas te presentes
a mí como un partiente trueno que súbitamente estalla para auspiciar la tormenta.

Llegué a una parte del Tormes que huele a almeja. Y como las olas en los arrecifes, así irrumpe en mi alma tu olor a mar. Es entonces que toda la rivera subtormesina se tiñe con el celofán de las lágrimas sin remedio.

Quién sabe a cuántos maltratos habrás asistido llevando el perfume de las caracolas.


Mi pequeño Yang




18 de febrero





En esta segunda tanda, plagada de ondulaciones y lloriqueados tornados de mi grafito ayuntoso, que buscará obviar los apartados errores que hemos tenido, tiene ya su debutante bautismo: Estas horas de creaciones por escrito, hasta ahroa llamadas "paginas matinales", serán ahora las páginas de Lolita.


Hoy por hoy siento de una manera muy diferente los me y los te.











Mismo día, 23 hs

Mientras mi lápiz transcurría por los holográmicos rizados de un primer párrafo, dos gaviotas del Tormes se arrimaron hasta los techos de la avenida los Cedros. Esperando que de resultado -pero mucho más desesperados que cuando te escribí aquel primer poema-, hoy conozco tanto de ti vida mía que has llegado el momento de suplicarte escribiéndote que vuelvas a mí. Pero a pesar de que ahora también le pido tu regreso al Derviche atento, sólo he conseguido que el Siemens suene en mis sueños. Más de una vez salté de la cama al mundo para que la cantata de la campanilla se esfume a mi cuarto paso.









16 hs
Dos días antes



Después de haber garabateado dos o tres hojas, enriqueciendo con los mates de la mañana el campestre historial de mis cariñosos paladeos [que tiene origen en mi forzosamente distanciada Buenos Aires], pues aquí digo: como la muerte, la tarde nos llega a todos. Junto a ella otros mates (gustoso soporte amargo de las almas porteñas, siamés de las soledades), y junto a sus enviciados tragos otra nueva escritura que te habla a ti.





Tu ingenuidad iba posicionando las fichas de nuestra ruptura día por día. Salvando alguna que otra semana donde los intocables te amo pisaban la cúspide en los ochomiles de nuestro afecto, siempre estaba descubriendo una boicotera mancha negra en tu promesa de compromiso. Pero te decía nada.

Hicimos el amor de mil maneras distintas. Pero perfecto, de una sola. Había sido nuestra primera vez. Y su sabor fue más mágico porque estuvo salpimentado con ese sentimiento de compasión ardorosa que desde la tarde anterior nos venía ofreciendo la primera reconciliación, luego de nuestra primera pelea.

A partir de ese amor, tras cada problema que me contabas, tras cada lágrima que compartiste conmigo, tras cada crueldad confiada, tras cada una de aquellas lecturas que enmascaraban con la inocencia una historia terrible, has ido engendrando a mi pequeño yang, cuya estructura molecular estuvo compuesta por cada lamento que te escuché gustoso. Cada segundo que pasé a tu lado, lo he saboreado como un banquete de Jacks. Nuestro llámalo X ha sido como un postre exquisito en una sobremesa de cuatro meses.








¿18 de febrero?







Repentinamente el catorce se ha ido para transformarse en el 18.

La mayoría de las rutinas que son mecánicas nos salen casi todas bien. Otras en cambio, querida mía, requieren de una dedicación más amorosa. En esas fallo. Sino me dedico antes un poco ti soy muy torpe haciendo el resto. Por ejemplo, la cama pude tenderla bien hasta hoy. Salvo la que puse las sábanas arriba de la frazada. También lavo bien los platos. Aunque a veces me olvido dejar la pila sin los restos de arroz que se desperdician en la cena.

Sin embargo he tenido que transplantar dos veces a Katsumoto. Gracias a dios [en mayúscula] no corre peligro. Y antes de primavera comenzará otra vez a dar flores. Pero era la primera mudanza que hacía, y como neófito transplantista dejé la base del cuenco con demasiada tierra cuando lo saqué para recortar las raíces. Al ponerlo de nuevo salían muchas afuera, como si Katsumoto estuviera esbozando el plano de en miniatura creciendo en las tierras de Salamanca.



Hoy una llamada puso freno mis sueños, justito antes de que la mañana se desenlazara.

Últimamente, cada vez que suena el teléfono, experimentó un raro pico de emoción desesperada. Ese desespero era infrecuente en mi vida antes que apareciera tú. Pero ahora cada vez que la campanilla del remendado Siemens amenaza aromatizando mi muy fatigada expectación, pues a mí me gusta entusiasmarme con la vapuleada ilusión de que otra vez seas tú.

Sé que te hubiera gustado escribir final de nuestra historia con el párrafo final del traumáticamente enternecedor Cenicienta.



[Trece horas]

Dentro de mí













Seguía viéndola hermosa hasta cuando me despreciaba. Me recreaba pensando en cualquier cosa de ella. Quizás haya sido por deudas que viene arrastrando mi karma, pero cada segundo que compartimos me hizo inmensamente feliz. Con el tiempo dejó de leerme sus escritos, pues varias veces me leyó las cosas que yo esperaba que me dijera, sólo que las había escrito para otros que habían tenido algo que ver con su historia.

Adentro mío hoy hay algo
que lastima aunque lo amo

No se si será tu ausencia
lo que la mayor parte del tiempo
me está diciendo
“no escribas de esto o de aquello”

Pero adentro mío hoy hay algo
que aunque me dañe lo amo.





No me cuesta aceptar que sea el genio
que está muriendo de pena
en una lámpara que soy yo

Pero adentro mío hoy hay algo
que yo amo aunque hace daño

Es como el misterioso canto
de los búhos magistrales,
que por las noches acompañan
a la pena de los tristones


Dentro de mí vive algo
que no entiendo
porqué amo..

Pues lastima
Y va matando.






Degüello

viernes, 9 de abril de 2010

Tiempo para una guerra



8 o 9 de abril



Hoy por hoy, comienza a anochecer dos horas más tarde que el diez de enero. En esa benigna diferencia pueden coexistir miles de cosas.


En esas dos horas de día pueden colarse tantas calles nunca antes vistas, tantos gorriones que me harán decirle un réquiem a mi milagros. Con dos horas de atardecer podemos añadirle a nuestra memoria tantos árboles nuevos. En dos horas más de luz la rama que ha sido calva hoy estará florecida.

Con estas dos horas más de día puedo alcanzar -por ejemplo- las colinas que más alejadas están de casa. Subir a la cumbre sintiendo que soy Colón y que esa cima es mi América. Inflarme con una ráfaga de brisa como si fuera el aire del mar. En esa añadidura de atardecer puedo mirar al sol que se marcha para cantarle el sentido himno de mi admiración. O idolatrar los tonos púrpuras que visten los horizontes subtermsinos en el ocaso. O creer más en Jesucristo, porque veo a la luminiscencia bajar al mundo por las rendijas de una nublada opulenta.
Y por último dejarme caer rodando por la pendiente pedregosa que me da envión para la vuelta a casa, jugando a que esa cuesta abajo de césped es un tobogán con obstáculos: descender sorteando las trampas de material que dejó allí sabe qué dios, apretar más los frenos para que esta vez no me falle la inteligencia, o esquivar los pozos para que mi ojo no se arrastre por el declive del monte, entonces evitaré varios meses de duelo, ya que no se me rompió la paleta de porcelana.

Dos horas más de día pueden querer decir 5000 metros de río que no había visto antes. Entrar en Babilafuente o Aldehuela, y quedarme 5 minutos analizando el milenario nido de una cigüeña que adorna el techo del campanario. Sentir el frío de las miradas que me acusan por forastero. O preguntarle al apartado electricista dónde se abre el camino para ver atardecer a mi Tormes.

Dos horas más de día pueden querer decir estrenar siete kilómetros por la carretera de Madrid, y volver a casa antes de que anochezca. Esas dos horas de luz significan mucho para un ciclista, pues si estoy cansado al volver puedo hacerles gancho a un respiro con la coca-cola, si es que (para tomar un descanso del pedaleo imparable), me detengo en un quincho inmenso que huele a los extraviados asados q
ue emparrillaba papá, y siempre se está manifestado a la repatriada derecha de la ruta, como si fuera un nicho que guarda en paz la madre de todos los camioneros y ellos la van a visitar cada vez que se acuerdan. Esas dos horas más de luz significan que en ese bar de las almas que están perdidas, yo haya visto a los bisabuelos -enchapados antiguamente con trajes gris y marrón- jugando solemnemente una mano de muse, pensándose cada carta como si se estuviese jugando un ajedrez de 6 o 7 Kasparov.

Dos horas más de día pueden marcar la diferencia entre un regreso a casa en bicicleta o en ambulancia: ya que los conductores me ven mejor cuando la claridad embucha a lo ciudadano.



En dos horas más de día pueden caber tantos corazones injustamente destrozados.

Dos horas de anochecer pueden marcar la diferencia entre un mañana productivo y otro que será ocioso. Pues cuando regreso a casa -como si fueran las verrugas en la cara de un viejo- hay una cantidad de locales desparramados por la ciudad que vendrían bien para ponerme una librería. Pero está obscuro y yo no puedo fijarme bien si tienen colgando el cartel de se alquila.

Dos horas más de día pueden marcar la diferencia entre un delito intelectual y otro de hecho, pues (por no ser reconocido) el violador no ataca cuando aún hay luz.

Una guerra de Malvinas cabe en dos horas de día, si es que el anochecer se atrasa dos horas más. O 150 cuartillas escritas con la estudiada pena de las madrugada. Dos horas más de día significan todo eso.




Más tres meses sin el ella.

(almuerzo)

lunes, 5 de abril de 2010

Carrusel







9 de febrero




Me avergüenza decir que no ha podido cumplir con mi palabra de venir este cuaderno para escribirte todos los días. Supongo que ha sido por falta de tiempo, pero aunque no ha pasado un solo día sin que te escriba alguna que otra cuartilla [salvo que en otros folios] contando hoy van dos días que falto a mi juramento.

Ya habían pasado 30 días de hab
er oído tu voz por última vez, pero seguí luchando para que el fantasmagórico virus de la depresión –tras un cultivo de frases escuchadas-, no entierre su acorazada semilla en mi corazón. A su expansión destructiva le deberé que germinen los grotescos tentáculos de mi pena incansable. Aquellos brazos horrendamente pulposos, al compás de las corrientes sangrientas recorrerán mis ahortas, polifurcándose por cada una de mis venas azules. Y como si fueran las aftosas caricias de una gillette estallarán en el minuto fijado por Cristo. Y se hendirán en mi carne.











Mismo día, 23 hs






Mientras mi lápiz transcurría por los holográmicos rizados de un primer párrafo, dos gaviotas del Tormes se arrimaron hasta los techos de la avenida los Cedros. Esperando que de resultado -pero mucho más desesperados que cuando te escribí aquel primer poema-, hoy conozco tanto de ti vida mía que has llegado el momento de suplicarte escribiéndote que vuelvas a mí. Pero a pesar de que ahora también le pido tu regreso al Derviche atento, sólo he conseguido que el Siemens suene en mis sueños. Más de una vez salté de la cama al mundo para que la cantata de la campanilla se esfume a mi cuarto paso.













16 hs
Dos días antes












Después de haber garabateado dos o tres hojas, enriqueciendo con los mates de la mañana el campestre historial de mis cariñosos paladeos [que tiene origen en mi forzosamente distanciada Buenos Aires], pues aquí digo: como la muerte, la tarde nos llega a todos. Junto a ella otros mates (gustoso soporte amargo de las almas porteñas, siamés de las soledades), y junto a sus enviciados tragos otra nueva escritura que te habla a ti.

Respecto a la muerte, Benjamin había dicho: algunas veces venía a visitarnos un huésped bien conocido. Pues cada tantos meses o a veces años, en mis cuadernos se apoya un huésped cuyo rostro ya me memoricé. A veces los desamores visitan mi vida, y a veces soy yo quien dejo grabado a fuego su cruel emblema en las carpetas de otros corazones. Es algo así como los sellos reales usados para cerrar los sobres: pues las personas ponen su sello de desamor encima de la cera aún caliente de nuestras pasiones, y entonces permanecemos cerrados, guardando secretos magníficos, hasta que somos abiertos de nuevo por la mágica aparición de un colibrí o una mariposa.

En esta segunda tanda, plagada de ondulaciones y lloriqueados tornados de mi grafito ayuntoso, que buscará obviar los apartados errores que hemos tenido, tiene ya su debutante bautismo: Estas horas de creaciones por escrito, sunque es demasiado decir más, serán llamadas las páginas de los detalles.










14 de febrero







Apenas me levanté luego de enviarte la carta, Dios expectoró mi ser por las calles de Salamanca. Paré en una plazoleta impregnada sólo de calesitas, para fotografiar las mismas ternuras en las que cabalgué de niño. Los caballos de los que alguna vez yo había sido bravo jinete malevo, se habían trasformado en preciosos objetos caricaturezcos. Ya no tenían pelaje ni tampoco sus vientres múltiples vomitaban histéricas relinchadas. No podía creer que las monturas fuesen de plástico, pues yo las recordaba de cuero y pieles de búfalo. Vi TroncosWagen que no llevaban a Brutus ni a Pedro o Bilma. Tenía cuatro asientos tan plastificados como aquellas monturas desentusiamadas, y un volante que reflejaba una canica de sol. Los indios le alquilaron las chozas a unos motores que bombeaban eléctricas corrientes de agua aceitosa. Y ningún calesitero me ofreció jugar al ole con la sortija. Tampoco la vi a mamá, que antes me vigilaba para que los desconocidos no me ofrecieran chuches.

miércoles, 31 de marzo de 2010

Adiós
















-
-

En la orilla del Tormes abandoné a una perla
Ya nunca más seré una almeja.
Pues aún muriendo nutrí de mi substancia
A un grano de arena extrañamente bello
Igual que el microscópico Yang
Flotando en la substancia benévola
Del Ying

La historia de mi perla es tan extraña
Como misteriosa puede ser
La historia en un libro quemado

Sacrifiqué un pedazo de mi alma
Para que se quede con la perla.
Pues dios me la había entregado
Deslucida, patitiesa…

Cuando la vi porvez primera
Estaba tan vacía
Que la impregné de mi substancia.
Y así fue yo por algún tiempo…
Y yo ella.
Hoy me desprendí
De su hermosura amarillezca.

Un útil sacrificio de mi alma
Se quedó en el Tormes junto a ella:
La protegerá por algún tiempo
Del frío, el extravío…
O que la corriente no la arrastre
Cuando bajen las esporádicas riadas.


Nació perla, se hizo arena
Mi perla creció en tierra sin mares
La ultrajaron tres almejas









8 de marzo de 2010
(piedra)

Un epílogo en Blancanieves







Vivo mementos en los que pareciera que sólo el desamor baraja y reparte naipes para este luego, que más valdría llamarlo un predecible chinchon o escoba, antes que truco o un picante desconfío, puesto que jamás usamos la mentira para que un 6 tenga el valor de un as. Tampoco cantamos los envalentonados vale cuatro mientras nuestra mano tenía un siete falso para el final… más bien a menudo aceptábamos los falta envido de la vida con una sota y un tres que vivían en el mismo palo.


4 de febrero


Titiritean mi vida – otra vez desinflada-, las tristes sinergías del desamor: ofreciéndoles a los más cercanos las quietas funciones de mi amargura, fuerte sentimiento que sin alternativa deducirán en mí quienes me ven.

Mi amada llenaba sus hojas por una sola carilla. Para hacer lo deberes se había comprado biromes de muchos colores. Pero prefería las lilas.

Hasta no hace mucho, sólo quería leer sus finales ingenuos una vez más. Con finales más o menos felices, súbitamente guillotinaba el jugoso nudo de su literatura, evidenciando que ya se había cansado de escribir; o estropeando la genialidad de todo un trabajo, finiquitábalo todo con un gracias por siempre o un forzado te quiero. Coronaba el final de sus compactísimos ensayos con enromanticados epílogos de una línea, que parecían los desenlaces de Blancanieves o El gato con botas.






28 de marzo


Los vientos subtormesinos pasean por las terrazas de Salamanca. A falta de los molinos, la antenada de la ciudad se queda vibrando al son de la fuerza eólica, y cual su fuera el quejumbroso resoplo de un resorte, a medida que el viento abarca zonas los ecos van apareciendo en un edificio tras otro, como si fuera la llama de esperanza que inventó Tolkien. Pero que nadie tenga miedo: ninguna cadena dejará de emitir lucrativas histerias de sus belenes esteban.


A unos 100 pasos de niño sentí la llave en la puerta de entrada, pero aunque se abra no será ella.



Y yo: profundizo la vista aérea del mate, que reposa en una geométrica depresión rosada que tiene una caja de pantalones. Como si fuera un valium intravenoso, a través de mis pupilas me infiltro en la yerba arada. Y siento en piel mares submarinos del las aguas ya casi hervidas.

Los atardeceres españoles comienzan una hora más tarde, pero aunque el invierno haya pasado mi ella no ha vuelto.

Estoy seguro que en cinco años ya no continuaré pensando en ella como lo vengo haciendo nada más comenzar agosto.

Mi alma es la casa de este comprender bien, pero hasta que fue una semana antes de primavera cada día la extrañaba más. Pero cuando me convencí de que ya no iba a volver, me hice fuerte y al cabo de siete días puede olvidarla tanto como si hubiera pasado un año. Quizás mi nepente fuera el perdón. Lograr que sus insultos no cuenten para mi alma, empezar a juzgar aquellas palabras a escondidas como si hubieran sido las travesuras de una niña cuyo corazón tiene latidos de rebeldía.






domingo, 28 de marzo de 2010

Acostumbrado al sin ti


31 de enero de 2010
Un mes después


Mi confusión ahora está escalando un declive que hasta hoy había desconocido, y tras cada metro avanzado su suelo caballero se desestabiliza más y más, pero de todas formas seguiré subiendo por este sendero inconsistente, que tan lenta como obstinadamente me alzará en la cumbre de un extraño torrente que coronaré siendo más resistente, la mañana que finalmente me haya acostumbrado al sin ti.

Y antes de soltar la mano que sujeta las riendas de mi corazón escribiente, yo acariciaré la sangre que le unge para que se eche a correr por el bosque de mis prosas con más confianza.

Hemos perdido, y hemos ganado ambos.

Sin habérselo dicho, como si me deslizara sobre una cartesiana parábola, el dos de octubre fui hasta su casa.

Más imponiéndome que por persuadirla, para no discutir conmigo aceptó al fin acompañarme a comer. Ella tenía una exótica alergia a la carne de cerdo, como si Dios le hubiese escarbado en los adeenes para llevarse un pellizco de su perfección. Así que compramos unas lonchas de pavo. Era divina como se tomaba su enfermedad. Nombraba con agradecimiento a sus medicamentos: decía mi valium o mi clorazepam, o agregaba diminutivos al término de algún jarabe. Y aunque a ella no le gustaba conseguí mayonesa en un almacén, cuyas paredes dejaron de existir en mi memoria a los pocos días de haber salido de allí.

Quizás su forma de caminar –notablemente ligera pero a la vez rimbombante, como si se tuviera que agarrarse al mundo para no levitar- le restaba importancia a todo. Quizás porque mi atención espectaba sus ojos constantemente. Era lo mismo que estar cuidando a un jilguerito que en cualquier momento se me iba a escapar, o como si todo el tiempo tuviese miedo a que se muriera.

Aunque se la veía un poco incómoda en mi compañía, aunque no me besó con la misma pasión que yo, entiendo que se esforzó para aceptarme finalmente como era. Y se esforzaba haciendo cosas de enamorada para que yo me sintiera bien.





La inmediatez transplantada ahora echa raíces en mi espíritu con todo éxito. El triunvirato de llamados se desparramó sobre el lunes, desde un envejecido amanecer hasta que el cielo de Salamanca esbozó su primera oscuridad.

2 de febrero

Desde la mañana esperé junto al teléfono, con la misma ilusión que había esperado a que te dieras vuelta antes de ponerme a fotografiar los grafitis que rejuvenecían las escaleras de la estación. Entonces, por segunda vez, experimento la bofetada que puede pegarme su modesta astucia. Ella ha elegido empezar a ignorarme en un día especial para mí, para que así me duela el doble.

Algunos amores comienzan a romperse con la misma magia con la que se crearon, pues eligió desaparecer de mi vida en la misma fecha que la conocí. Y así guardaremos como si fuera el paisaje más triste el recuerdo de una fecha magistral.

[La tarde]

jueves, 18 de marzo de 2010

Ohio


Recuerdo claramente: marzo 6
(mañana)





Luego de que te pasearas doce horas seguidas por las puertas de los roperos y el acusador golette de los techos, mi consciencia me pone una cachetada con mis demorados emprendimientos, como para espabilarme, diciendo que yo también tengo responsabilidades, aunque más no sean del tamaño de mi pulgar. Los inconclusos principitos 2 y 3, el ayudar limpiando los baños de la casa, para que a mamá no la castigue la osteoporosis ya parentesca.

Cuando me entero de la mañana vuelvo como un rayo a Salamanca.

Medianoche [otra vez]



CSN&Y, continúan con el show presentación que hicieron en mi pieza ayer a la noche.

Hoy ha sido el día más repleto de ti.

Curiosamente, y dependiendo en que día sea, variar la forma de una sola vocal puede cambiar todo el estilo de la caligrafía. Es un tema interesante, por qué parece que mejora o decae el ánimo hacer la ese así o así. Sin embargo ahí se queda. Tal como cuando anochecía y el pinar se quedaba detrás mío, con el Señor contemplando las huellas que fui dejando en las tollas y los vados de los arroyos. Desde que comenzaba el otoño hasta finales de la primavera, mirábamos para arriba y el Peñalara estaba con un sombrero de nieve hasta que la Tierra redonda se acercaba más al solcito. O si no a la Mujer Muerta, que allá más lejos en el espacio se le veía nevada y la cima se confundía con una nube cuando el cielo estaba escampado.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Todavía

¿Quieres que comience con el recuento las lecturas pensadas en estos dos meses de invierno? Dos caras en el estanque, La casa de Asterión… Desde la mujer que soy.

De todas formas siempre estuviste. La casa te recuerda en cada rincón donde se oyó tu llamada. Las tela-araña vibraban al son de la melodía que el Siemens tuviera elegida, cada vez que un alma desde Alcalá buscaba la compañía de un oidor en la casa. Imagínate cuánto que te recuerdo. Aún sigues siendo el absoluto sentido de mi vida.

¿Qué decisiones tomaremos entretanto? Doblegará ese orgullo contagiado, o a esa necesidad impetuosa de no volver a sentirse mujer. Aunque tengo evidencia de que ello solamente fueron palabras, porque
aún sigue dolorida con otros seres en quienes crece el bigote, y nada más sigue descartando pretendientes para sentir que hay una justicia más en la Tierra. Pero en el íntimo nos derretimos analizando, recordando, aquellos hábitos propios de nuestro opuesto. Así como la imaginación de los hombres se deleita pensando en un sostén o el hilo de una braguita negra, he visto en sus ojos la admirada curiosidad cuando estrechamos las manos el barman y yo. También se adivinaba una revolución de hormonas cuando el orgullo se ponía a flor de mi piel. ¡Qué importan los dichos de Conny Mendez o el Sant Germain! Si lo que yo quería era pasar un día entero en sus brazos. Sólo que no a cualquier precio. A lo mejor todo esto es el miedo a sentir otra vez el rechazo sin razón. Tal cual fue el diplomático desplante un día quince hace cuatro meses. Pues cuando miro todo esto en retrospectiva, me había envuelto su entrega con moño rojo y cordones rizados. Y yo ya había pensado como proseguiría todo, pues aún no era nuestro momento.




11 de marzo




Hoy un galopante presentimiento afirma –tal cual lo sentí en las dos anterior y violentas cartas- que este cuaderno no será el último que te escriba, querida mía. La diferencia está en que –si uno ya tiene claro qué va a escribir- una carta se termina en el mismo día, y en otros dos ya puede estar sostenida por esos dedos deseados. Pero uno de estos pasivos cuadernillos puede tardar semanas, incluso meses en completarse; incluso si estas cursivas garabatearan su complextura todos los días.

Si para escribirme o hablarme estás aguardando a sentir una sospecha de que es el momento justo: la casa y principalmente yo te rogamos que no te demores ya más. Porque cuando aquí no hay nadie más que el gato, el almacén de recuerdos hace que me sienta extraño. Pero al alejarnos tú y yo, la casa también sufre un poco. Es como si alguien de la familia se hubiera muerto. Aunque no hayas vivido aquí, en el quinto B siempre estábamos esperando noticias tuyas. Eras alguien más en esta familia. Llamabas en Noche Buena, antes y al terminar el brindis, o era porque te sentías muy sola en esos momentos o quizás porque ya habías comenzado a enamorarte. Pero nada de eso importaba, yo siempre estaría de buen humor, siempre sabría qué hacer, siempre escucharía. Toda esa semana experimenté una de las mayores felicidades de mi vida: estabas tan linda, con esa vocecita de niña que tenía miedo de que la descubriesen haciendo algo que no tenía permitido, colgabas sin despedirte cuando entraba tu Gloria, y hasta la siguiente mañana ya no nos telefoneábamos. Fue como si hubiéramos estado de novios por cuatro meses.

Y entonces me doy cuenta de que a pesar de dos meses sin escucharte, todo resultó ser igual a tu Me alejo de ti. ¿Quién habrá sido ese afortunado? Aquí también permaneces a mi lado todo el tiempo, tras cada pasito que doy. Y jamás consigo desprenderme de tu presencia ausente.





jueves, 11 de marzo de 2010

Benjamín Button y Cenicienta

5 de febrero









Una semana entera no disuelve ni un poco la imagen de su cara por las mañanas. Siempre es en el mismo instante, cuando nos despertamos pero aún tenemos los ojos cerrados.

Para que ese recuerdo no le molestara, él se durmió escribiendo 5 resúmenes de la historia de Macha. Como en un A4, sobre el cual unas homogéneas voces tipografiaban las letras de un siniestro Cenicienta, del cual ella era la protagonista principal.



El desamor también nos avisa de su inesquivable presencia con señales muy parecidas a las que vimos mientras el amor iba germinando. Y así con el gota a gota de mi pena fui llenando el aljibe de la desilusión. ¿Cuántos días más como este me harán falta para olvidarte? Y si tu alegría me impidiera que te olvide, ¿Cuántos paseos como el de hoy, cuántos viajes que me alejen de casa necesitaré para que no me apene al recordarte? ¿Qué tipo de sucesos harán falta que viva para que no sienta pena evocando a los inexorables poemas de tu sufrir? ¿Cuántas de esas amas de casa -a las que tu una vez llamaste impertérritas- deberé amar para que no aguarde más tu llamada hasta las nueve?

¿En qué filosofía estará el secreto para mi corazón no se extravíe de su sitio [como los niños que se van a jugar fuera de casa], cada vez que el destino trae alguna noticia con la melodía del fontanero? O cada vez que el cartero me trae un sobre a la casa. Pues aunque siempre me dejó impuestos, yo tengo la esperanza de que me imites y alguna mañana llegue hasta casa una epístola con tu firma.







¿Se llamará incertidumbre a este curioso colapso de conjeturas que desbocadamente sembró en mi pecho tu reaparición?

Con el dar vuelta tantísimas hojas, con el cultivo de miles y miles de caracteres que incomprensiblemente se han ido almacenando en las guardadas cuartillas de mis cuadernos, pues la verdad es que me fui convirtiendo en un bienintencionado descriptor de los paisajes que me conmueven. Pero tus pocas palabras me hicieron sospechar como un incómodo síntoma de culpa y no como una prueba de que me ames.






6 de febrero
mediodía



Ya estamos en el cuarto sábado que esta casa no sufre el pomposo alboroto de tu fija llamada mañanera. ¿Cuánto más he de esperar hasta que me llegue otra noticia tuya, mi amor? ¿Cómo no ves que sufro?



Tras de mí, el clocotero tictac es un inerte relleno para los chiclosos espacios que sufre mi tiempo maniatado a partir de tu ausencia: una mar de minutos en calma, que difícilmente se desasosiegan cuando un motor industrial se activa en Avenida los Cipreses y se entromete por la ventana en el comedor. El pestilente chasis avanza a menos del límite permitido, girando a no sé cuantas revoluciones sus llantas turismo o 4x4. Pero yo no pedo despegar del cuaderno de Macha. Puesto que aún no cortaste las cuerdas de la atmósfera –igual que el tiempo- maniatada, marcando los nueve dígitos que te acercarán a la romántica molécula subtormesina.






No quiero seguir pensando que he desperdiciado la oportunidad de mi vida. A pesar de los problemas era feliz contigo. Quienes no aprendimos a perdonar somos como un membrillo apestado: con la perfecta piel amarillo-verdoso, parece que nos saborearán suculentos golosos en las sobremesas de alguna cena estirada. Pero al momento de la verdad, el fruto evidencia una especie de cáncer, pues su pulpa fue masticada por los parásitos. Pues nosotros somos igual: todo indica que alcanzaremos el éxito, pero nada de aquello que intentamos llega a buen puerto. En el último minuto alguna cosa sale por arte de magia mal. Mientras sigo esperando noticias tuyas vuelvo a escribirte aunque esta vez con un fin: que te lleguen mis pensamientos.

Me los ha inspirado Brad Pitt, cuando por segunda vez le veo interpretando excelentemente a un Benjamin Button exageradamente atípico. Y a su vida, que se codea con nuestra realidad como un chimpancé podría entenderse con el apolo 11, en caso de que toda la tripulación falleciera de golpe y se quedara al mando de la nave.

Respecto a la muerte, Benjamin había dicho: algunas veces venía a visitarnos un huésped bien conocido. Pues cada tantos meses o a veces años, en mis cuadernos se apoya un huésped cuyo rostro ya me memoricé. A veces los desamores visitan mi vida, y a veces soy yo quien dejo grabado a fuego su cruel emblema en las carpetas de otros corazones. Es algo así como los sellos reales usados para cerrar los sobres: pues las personas ponen su sello de desamor encima de la cera aún caliente de nuestras pasiones, y entonces permanecemos cerrados, guardando secretos magníficos, hasta que somos abiertos de nuevo por la mágica aparición de un colibrí o una mariposa.


Y hablando de realidad, sin la intención de seducirte a través de esta melancolía, pero deseando fervientemente que mi dedicación te conmueva, puedo decirte que es muy cierto que cada desamor nos agarra cada vez un poco más viejos. Diez años a este ahora yo había sentido el mismo dolor que ahora experimenta mi alma. Lo que más me parece curioso son estas lágrimas, pues no las solté en aquel entonces, y hoy en cambio no tengo hora entera sin que mis ojos las necesiten ver. Y –por supuesto-, sin la intención de aburrirte, escribiré la misma idea de diferentes maneras, así si alguna vez la incorporas, tu tengas a más de una frase para elegir, y utilices la que te suene más linda. Después de los 30 años vivimos en una etapa donde nos duele más perder las oportunidades que la vida nos ofrece para ser felices. Si antes pensábamos que la vida era tacaña, pues en muchas veces distintas no nos había dejado alcanzar el éxito, pues a los 32 años, entones, la consideramos cruelmente mezquina.

Y ya lo ves: me has enseñado algo que demoramos en aprender. Y aun cuando nuestra singular experiencia nos diga que es cierto, nunca aceptaremos del todo: simplemente, vamos muriendo.



domingo, 7 de marzo de 2010

Mi pequeño yang



1 de enero






Las puertas de los Wolsvagen se cierran con los innecesarios golpazos de sus dueños endrogados, es un síntoma de las mezcladas ebriedades que repercuten en las madrugadas de los primeros de año, síntoma fijo que aprehende a los secos salmantinos apenas se cruzan los primeros minutos de un nuevo calendario.

Si con la verdad pudiese ganar las guerras y conquistar continentes, pues aquí te estoy dando la mía para reconquistar otra oportunidad de tu amor.

Si se tratara de elegir una vida, pues yo también envidio como tú a los amigos, con sus cargos funcionarios, que hipócritamente se sienten útiles dándole consejos de kinder gate al clandestino nigeriano con labios reverberantes, o a los cincuentones infieles con la dignidad pisoteada, que mendigan una harapienta indemnización para no hacer escándalo en las frígidas Haciendas. Allí trabajan María Jesús y los rodrigos, que si todo está bien salen a las dos y al llegar a sus casas los están esperando sus romeos y sus ofelias.






24 de enero





El bon-sai está más humano que de costumbre. Y yo temo por su vida, pues antes de que me vaya a Segovia, había regado a otro que con los meses se me apestó. Así como las cuartillas yuxtapuestas, Katsumoto ha mamado mi tristeza en más noches que mañanas.

Acompañé a mi segundo cumpleaños con una desagradable sensación de pérdida que no había experimentado en ningún desamor. Que este cuaderno sea testigo: pues a partir de ahora vendré hasta él para escribirte todos los días.

Como lo hubiera dicho Jack Sparroud: si estabas esperando una excusa para hablarme, hoy era el día perfecto. Pues aunque también para festejar mi cumpleaños soy un caso curioso, lamentablemente la oportunidad de felicitarme no se repetirá hasta que llegue agosto.

Salí de casa a dar una vuelta para volver con menos de ti. Casi sin notarlo me sorprendí hablándote en los semáforos de ida. Y me quebré intensamente, con la esperanza de que los transeúntes iguales que yo me preguntaran que me pasaba. Pasé por un banco en donde aún no me había sentado para llorarte: estabas allí solita, masticando algún resentimiento contra tus genes.

Me había acostumbrado mucho a pensar en ella. Quizás fue por eso que cuando se marchó sentí que luego de cuatro meses mi mente se escapaba de un calabozo. Sin embargo aquella libertad me supo extraña: de repente me descubrí que estaba paneando dos o tres formas juntas para que volviera. Resultó que después de 4 meses había aprendido a amar aquellos problemas con ella me acurrucaba al oído, igual que si fuera un sabroso arrorró.





martes, 2 de marzo de 2010

En el haber de la añoranza



Me pregunto si habrás notado cuantas cosas has hecho por mí.

Así como el cocainómano que se rehabilita reincide alguna que otra vez en el vicio, pues de esa misma manera a veces el heroico hermetismo comete una vulgaridad, y en los escritos se muestran más sentimientos de los que quedarían bien. Sucede que hablar de nuestros sentimientos es una atractiva vanidad a la que pocos escapan: hasta el budista, de vez en cuando, ha de cometer la excepción de decir yo.

Ayer he intentado otra vez dejar de amarte. Ese empeño no está mal, salvo por el sentimiento de derrota que sufre el orgullo, pues cuanto más me empecino en tachar a tus rizos y a tu sonrisa estupenda de las ya superestudiadas anotaciones que hay en mi alma amadora, pues más se aferra mi corazón a las manos de esa chiquilla que conocí.

Desde que nos insultamos, no recuerdo haber vivido días tan largos como los de este final de invierno.

Pero aún sigo aquí, contabilizando los días que pasaron sin el ti.




Mediodía 23/2/2010

sábado, 27 de febrero de 2010

Un vaso de agua sin sentir sed



28, quizás


Ya es la tarde.


El tiru-riru ha sonado con una opereta cortita y diferente. Ayer he cambiado el fonta
nero por otra que ni me interesa saber su nombre, para que así no me ataque lotob y me empiece a desacostumbrar de esperarte.


Muchas ventanas de Salamanca están a punto de hacerse astillas: los vientos subtormesinos transitan por mi primera castilla a 130 kilómetros en una hora.
























Las cosas tenían que ser así: aún no estabas preparada para valorar lo que yo tenía para darte. Y yo no pude esperar sin que este enamoramiento me asfixie. Como te decía en la carta: los celos me están matando. Sólo sé que en 2 días he soñado 5 veces contigo. El último fue que habías preparado un perfil diferente. Y por todos lados decía todos mejor que nico.




















Aunque tu nombre no había cambiado, sí cambiaba tu residencia. Ahora estabas en en Argentina. No quisiera mentir, pero creo que figuraba la provincia del chico que te dejó un mensaje en el blog de Perla. Ese mensaje que no borraste. Me llamó la atención no verlo, era extenso y también romántico. Antes escribías todos los días allí, y ahora parece el cuaderno de una niña que no puede salir a jugar. Yo también te he golpeado, ahora lo entiendo. Lo siento tanto.







En el sueño, para herirme aún más, habías hecho unos grotescos retoques a tus fotografías. Tu expresión había pasado de emocionada hasta una amargura que me dolió. Me daba pena pues parecías una mujer común. Un dolor parecido sentí cuando vi el anuncio de los pelos largos que buscas por tu ciudad.

En las fotos deslizadas, tu conjunto ahora se había pintado de blanco, igual que los gatitos cuando querían dejar de dar mala suerte.

Este mediodía ya se pasaron siete días desde que el teléfono sonó por última vez sin ti. Me siento huérfano de mis instintos. Un bastardito sin escuela. Nadie pregunta nada. Tan solo hubiera un amigo, un padre… Entonces una pregunta masoquista invade mi espíritu una vez más: ¿Con cuánta frecuencia entrarás a leerme?



Me gusta pensar que estos escritos son para ti como el recreo para una niña que va a la escuela. O coo un cuarto lleno de cromos y piruletas, que donde miras hay algo rico que te hace seguir soñando, algo que te gusta mucho y te junta saliba en la boca… algo que te hace feliz y que no se agota.

jueves, 25 de febrero de 2010

De tu Eco






Basta un segundo de ti
Para que otra vez desee
Embellecer los pozos
Cavados en la injusticia.

Unos minutos de ti representan
Vernales temperaturas
Que consumen los icebergs
Del espíritu desgarrado.

Un instante de ti
Es cena de Noche Vieja
Para mis versos ayunados.

Es la fuente de venideros
Azares misteriosos,
Perpléjicos y mágicos.
Que una vez marchados
Despiertan el inquieto apetito
De tu eco.

Un momento de ti
Agrupa en un solo centro
Las extraviadas resonancias
De la ilusión vejada.

Y separa al saber…
De lo supuesto.

Al saber lo encuadra
En las biblias
De lo oportuno…
Y de las referencias.

Un segundo de ti.









3 de septiembre
Mediodía

Mi esperarte







Mi esperarte es un número
Que se repite en la pantalla
De un Siemens
Sin melodía.

En mi espera
La hombría que antepuso
[A sus pasiones]
Dar alivio al alma de la niña,
Ahora espera con vergüenza
Para ser juzgada.
Mi espera es un intento
Buscando novedades
De una palabra imprenta.

Mi aguardarte es una
Crujiente hoja cayendo,
Despredida de la copa
Del enrulado bon-sai.

Sobre un enmarañado
Cenit de hojas verdes
Cada mañana
Nacían las flores
De mi esperanza.

Sus formas emulaban
A la estrella del judío.
Hoy mi espera es un
Celoso Bon-sai,
Amargado por las flores
De la ausencia.

Mi espera es un solero
Alunado verdemente
Un perfil que se bronceó
Por cuatro soles diferentes.

El recorrido de mis ojos
Por cada poro de sus piernas.
Dos manos preparando
Matutinos cafés.






6 de septiembre de 2009

lunes, 22 de febrero de 2010

Extraño









Echo de menos a tus problemas cielo. La conmovedora indignación con la que me trasmitías tus penas. Improvisar soluciones para tus sufrimientos. Sugerirte denuncias para que tu romántica conciencia no te reproche el haber hecho la vista gorda a las injusticias que el Sino te tenía designadas. Echo de menos el sonar que hacía el eco de tus opulentas onomatopeyas cuando caminabas por el living y sentías el frío. Extraño esa desmedida desaprobación que te provocaban todos los gatos, desde que un felino desbordado se subió en ti para destrozar tu plumas a esquizofrénicos rasguñazos.



Tus suspensivos innecesarios…



Tus viscerales insultos cuando nos enfadábamos. La expectación que ponía en cada una mis palabras, deseando que me llegara una respuesta de ti. ¡Y tus lecturas! ¡Ay, Dios! Los camiones de bomberos y las ambulancias… Echo de menos preocuparme por tu incomprensible patología de alergia. Insistirte para que hagas tu Silva, o que me pidas instrucciones que al final no probarás.



Extraño tus errores.



Extraño ofenderme porque dejabas para segundo lugar a mis textos, y en cambio te ponías a hablar con un imbécil a 20.000 kilómetros. Extraño tu confusión, que te hacía elegir a veces tratarme como si fuera un desconocido. Tu despiadada historia y que corrijas mi seudónimo.



Extraño que cuando menos lo espero… lo eches todo a perder.




















22 de febrero


viernes, 19 de febrero de 2010

La última hoja







El intentaba pensar en otras cosas. Pero excepto en los mates, Macha estaba en todo lo que escribía. Los mates son algo así como un primer compañero de banco.

Suponía que cuanto más contento estuviera su corazón, tanto más pronto iba a llegar la noticia que esperaba. Igual que cuando se fue a conocer un brazo del río, que al regreso se contestaron mensajes con un minuto de diferencia. O como cuando después de un día entero se telefonearon al mismo tiempo. O como cuando volvió de subir la colina, que al cerrar la puerta de casa empezó a tocar el teléfono, con ese profundo hola, o aquel excitante buenas noches que por haber entrado en mucha confianza ella ya no le decía más, pero aún así todo eso era más excitante por la millonaria coincidencia, propia de quienes ganan las loterías de Navidad. Eso es el amor: dos designios iguales en corazones diferentes que se han cruzado temporalmente, y cada uno tiene el deseo de que ese encuentro perdure.

Al principio ella fingía caprichosos reproches cuando él la despertaba.






Soy un fantasma que observa el contenido de un manchón de tinta roja. Busco la identidad en los cuentos de un tal Papini. ¿Estarás escribiendo ahora? Presiento que tus notas ahora empiezan con un querido fulano de tal. Y así te bajas en Salamanca de nuevo, con tus ronroneantes frases y tus mojadas bocas.

Con el tiempo encontrarás otro entendimiento que te sostenga por encima de los miedos.

Ojalá las metafísicas que consiguieron mi alivio te lleven también hasta el tuyo.

En el pecho del indio se han clavado las inmateriales cuchillas de su indiferencia. De esa herida van ya cuarenta y un días. Pero aún se mantiene abierta. Y con el terco afán de mostrar hombría, exageró una hipócrita crueldad. Pues una conducta desleal no afecta tanto al alma que ama como él amó. Pero aún así continuaré lamentando su partida, bien escriba 20 hojas y ponga este punto final.

lunes, 15 de febrero de 2010

San Valentín





14 de febrero



¿Cuánto valorarías estos cuadernos si alguna vez te llegaran a las manos? Más allá de la intuición se forja el desaliento pensando que ya no regresarás. Una vez y ya hace tiempo estuve comprometido a raja tablas con la honestidad de mi corazón. Ahora este valor sincero –siempre acompañante de las actitudes de los héroes-, un pedazo de algunas veces decapita a las justificaciones que he tenido para alejarme de ti.

A mi rededor siempre encuentro las cosas que te iba preparando. Y si de vedades hablamos yo hubiera preferido que el romántico juego de la conquista no se terminara el día en que te conocí. Pero aunque nos hemos unido mucho, en tus arrebatados abrazos
me confesabas que otras necesidades estaban antes de mis cortejos. También está muy claro: algo dentro de mí te habló de mis rencores y remordimientos, y los conociste tanto y tan rápido que no te querías acercar más. Soy así: una explosión escondida bajo la tierra a la que tu corazón ha detectado.

Y no hay un solo día que se vaya sin que antes me cruce con un milagro que grita tu nombre.


Apenas me levanté luego de enviarte la carta, Dios expectoró mi ser por las calles de Salamanca. Paré en una plazoleta impregnada sólo de calesitas, para fotografiar las mismas ternuras en las que cabalgué de niño. Los caballos de los que alguna vez yo había sido bravo jinete malevo, se habían trasformado en preciosos objetos caricaturezcos. Ya no tenían pelaje ni tampoco sus vientres múltiples vomitaban histéricas relinchadas. No podía creer que las monturas fuesen de plástico, pues yo las recordaba de cuero y pieles de búfalo. Vi TroncosWagen que no llevaban a Brutus ni a Pedro o Bilma.



Tenía cuatro asientos tan plastificados como aquellas monturas desentusiamadas, y un volante que reflejaba una canica de sol. Los indios le alquilaron las chozas a unos motores que bombeaban eléctricas corrientes de agua aceitosa. Y ningún calesitero me ofreció jugar al ole con la sortija. Tampoco la vi a mamá, que antes me vigilaba para que los desconocidos no me ofrecieran chuches.


Únicamente el tiempo nos ayuda para que vayamos aceptando las pérdidas de a un minutito más cada día que se nos pasa. Y en la rareza de una melodía que jamás se había oído, logramos encontrar por un completo aunque el fin efímero instante una ráfaga deperplejidad que nos brinda un exótico lapsus para nuestro olvido.





15 de febrero

No juraré idolatrarte. Tampoco te dedicaré las replicadas eneidas que puedan brotar de mi corazón mientras no esté contigo.

Más de un día me condenaron por creer en los milagros. Sin embargo acudiste a mi llamado cuando pronuncié tu nombre, estando a más de una provincia entera. Por lo que más quieras déjate guiar por esta seda pues ella es mi alma que te conduce a las afueras de tus históricos laberintos.


La estatuilla de
Napoleón nos horroriza porque creemos que puede contagiarnos con la locura. Algo parecido sucede con el teléfono ya medio antiguo, puesto que tras de sí, sobre el mármol de la cómoda alta, junto a los adornos de la dinastía Dallara, junto al fantasioso reloj que reproduce ortodoxamente los fieles tictacs: allí esta la prosódica campanilla del teléfono impotente, que no se sabe si sonará hoy para traerte hasta mí.