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viernes, 9 de abril de 2010

Tiempo para una guerra



8 o 9 de abril



Hoy por hoy, comienza a anochecer dos horas más tarde que el diez de enero. En esa benigna diferencia pueden coexistir miles de cosas.


En esas dos horas de día pueden colarse tantas calles nunca antes vistas, tantos gorriones que me harán decirle un réquiem a mi milagros. Con dos horas de atardecer podemos añadirle a nuestra memoria tantos árboles nuevos. En dos horas más de luz la rama que ha sido calva hoy estará florecida.

Con estas dos horas más de día puedo alcanzar -por ejemplo- las colinas que más alejadas están de casa. Subir a la cumbre sintiendo que soy Colón y que esa cima es mi América. Inflarme con una ráfaga de brisa como si fuera el aire del mar. En esa añadidura de atardecer puedo mirar al sol que se marcha para cantarle el sentido himno de mi admiración. O idolatrar los tonos púrpuras que visten los horizontes subtermsinos en el ocaso. O creer más en Jesucristo, porque veo a la luminiscencia bajar al mundo por las rendijas de una nublada opulenta.
Y por último dejarme caer rodando por la pendiente pedregosa que me da envión para la vuelta a casa, jugando a que esa cuesta abajo de césped es un tobogán con obstáculos: descender sorteando las trampas de material que dejó allí sabe qué dios, apretar más los frenos para que esta vez no me falle la inteligencia, o esquivar los pozos para que mi ojo no se arrastre por el declive del monte, entonces evitaré varios meses de duelo, ya que no se me rompió la paleta de porcelana.

Dos horas más de día pueden querer decir 5000 metros de río que no había visto antes. Entrar en Babilafuente o Aldehuela, y quedarme 5 minutos analizando el milenario nido de una cigüeña que adorna el techo del campanario. Sentir el frío de las miradas que me acusan por forastero. O preguntarle al apartado electricista dónde se abre el camino para ver atardecer a mi Tormes.

Dos horas más de día pueden querer decir estrenar siete kilómetros por la carretera de Madrid, y volver a casa antes de que anochezca. Esas dos horas de luz significan mucho para un ciclista, pues si estoy cansado al volver puedo hacerles gancho a un respiro con la coca-cola, si es que (para tomar un descanso del pedaleo imparable), me detengo en un quincho inmenso que huele a los extraviados asados q
ue emparrillaba papá, y siempre se está manifestado a la repatriada derecha de la ruta, como si fuera un nicho que guarda en paz la madre de todos los camioneros y ellos la van a visitar cada vez que se acuerdan. Esas dos horas más de luz significan que en ese bar de las almas que están perdidas, yo haya visto a los bisabuelos -enchapados antiguamente con trajes gris y marrón- jugando solemnemente una mano de muse, pensándose cada carta como si se estuviese jugando un ajedrez de 6 o 7 Kasparov.

Dos horas más de día pueden marcar la diferencia entre un regreso a casa en bicicleta o en ambulancia: ya que los conductores me ven mejor cuando la claridad embucha a lo ciudadano.



En dos horas más de día pueden caber tantos corazones injustamente destrozados.

Dos horas de anochecer pueden marcar la diferencia entre un mañana productivo y otro que será ocioso. Pues cuando regreso a casa -como si fueran las verrugas en la cara de un viejo- hay una cantidad de locales desparramados por la ciudad que vendrían bien para ponerme una librería. Pero está obscuro y yo no puedo fijarme bien si tienen colgando el cartel de se alquila.

Dos horas más de día pueden marcar la diferencia entre un delito intelectual y otro de hecho, pues (por no ser reconocido) el violador no ataca cuando aún hay luz.

Una guerra de Malvinas cabe en dos horas de día, si es que el anochecer se atrasa dos horas más. O 150 cuartillas escritas con la estudiada pena de las madrugada. Dos horas más de día significan todo eso.




Más tres meses sin el ella.

(almuerzo)

lunes, 5 de abril de 2010

Carrusel







9 de febrero




Me avergüenza decir que no ha podido cumplir con mi palabra de venir este cuaderno para escribirte todos los días. Supongo que ha sido por falta de tiempo, pero aunque no ha pasado un solo día sin que te escriba alguna que otra cuartilla [salvo que en otros folios] contando hoy van dos días que falto a mi juramento.

Ya habían pasado 30 días de hab
er oído tu voz por última vez, pero seguí luchando para que el fantasmagórico virus de la depresión –tras un cultivo de frases escuchadas-, no entierre su acorazada semilla en mi corazón. A su expansión destructiva le deberé que germinen los grotescos tentáculos de mi pena incansable. Aquellos brazos horrendamente pulposos, al compás de las corrientes sangrientas recorrerán mis ahortas, polifurcándose por cada una de mis venas azules. Y como si fueran las aftosas caricias de una gillette estallarán en el minuto fijado por Cristo. Y se hendirán en mi carne.











Mismo día, 23 hs






Mientras mi lápiz transcurría por los holográmicos rizados de un primer párrafo, dos gaviotas del Tormes se arrimaron hasta los techos de la avenida los Cedros. Esperando que de resultado -pero mucho más desesperados que cuando te escribí aquel primer poema-, hoy conozco tanto de ti vida mía que has llegado el momento de suplicarte escribiéndote que vuelvas a mí. Pero a pesar de que ahora también le pido tu regreso al Derviche atento, sólo he conseguido que el Siemens suene en mis sueños. Más de una vez salté de la cama al mundo para que la cantata de la campanilla se esfume a mi cuarto paso.













16 hs
Dos días antes












Después de haber garabateado dos o tres hojas, enriqueciendo con los mates de la mañana el campestre historial de mis cariñosos paladeos [que tiene origen en mi forzosamente distanciada Buenos Aires], pues aquí digo: como la muerte, la tarde nos llega a todos. Junto a ella otros mates (gustoso soporte amargo de las almas porteñas, siamés de las soledades), y junto a sus enviciados tragos otra nueva escritura que te habla a ti.

Respecto a la muerte, Benjamin había dicho: algunas veces venía a visitarnos un huésped bien conocido. Pues cada tantos meses o a veces años, en mis cuadernos se apoya un huésped cuyo rostro ya me memoricé. A veces los desamores visitan mi vida, y a veces soy yo quien dejo grabado a fuego su cruel emblema en las carpetas de otros corazones. Es algo así como los sellos reales usados para cerrar los sobres: pues las personas ponen su sello de desamor encima de la cera aún caliente de nuestras pasiones, y entonces permanecemos cerrados, guardando secretos magníficos, hasta que somos abiertos de nuevo por la mágica aparición de un colibrí o una mariposa.

En esta segunda tanda, plagada de ondulaciones y lloriqueados tornados de mi grafito ayuntoso, que buscará obviar los apartados errores que hemos tenido, tiene ya su debutante bautismo: Estas horas de creaciones por escrito, sunque es demasiado decir más, serán llamadas las páginas de los detalles.










14 de febrero







Apenas me levanté luego de enviarte la carta, Dios expectoró mi ser por las calles de Salamanca. Paré en una plazoleta impregnada sólo de calesitas, para fotografiar las mismas ternuras en las que cabalgué de niño. Los caballos de los que alguna vez yo había sido bravo jinete malevo, se habían trasformado en preciosos objetos caricaturezcos. Ya no tenían pelaje ni tampoco sus vientres múltiples vomitaban histéricas relinchadas. No podía creer que las monturas fuesen de plástico, pues yo las recordaba de cuero y pieles de búfalo. Vi TroncosWagen que no llevaban a Brutus ni a Pedro o Bilma. Tenía cuatro asientos tan plastificados como aquellas monturas desentusiamadas, y un volante que reflejaba una canica de sol. Los indios le alquilaron las chozas a unos motores que bombeaban eléctricas corrientes de agua aceitosa. Y ningún calesitero me ofreció jugar al ole con la sortija. Tampoco la vi a mamá, que antes me vigilaba para que los desconocidos no me ofrecieran chuches.

jueves, 18 de marzo de 2010

Ohio


Recuerdo claramente: marzo 6
(mañana)





Luego de que te pasearas doce horas seguidas por las puertas de los roperos y el acusador golette de los techos, mi consciencia me pone una cachetada con mis demorados emprendimientos, como para espabilarme, diciendo que yo también tengo responsabilidades, aunque más no sean del tamaño de mi pulgar. Los inconclusos principitos 2 y 3, el ayudar limpiando los baños de la casa, para que a mamá no la castigue la osteoporosis ya parentesca.

Cuando me entero de la mañana vuelvo como un rayo a Salamanca.

Medianoche [otra vez]



CSN&Y, continúan con el show presentación que hicieron en mi pieza ayer a la noche.

Hoy ha sido el día más repleto de ti.

Curiosamente, y dependiendo en que día sea, variar la forma de una sola vocal puede cambiar todo el estilo de la caligrafía. Es un tema interesante, por qué parece que mejora o decae el ánimo hacer la ese así o así. Sin embargo ahí se queda. Tal como cuando anochecía y el pinar se quedaba detrás mío, con el Señor contemplando las huellas que fui dejando en las tollas y los vados de los arroyos. Desde que comenzaba el otoño hasta finales de la primavera, mirábamos para arriba y el Peñalara estaba con un sombrero de nieve hasta que la Tierra redonda se acercaba más al solcito. O si no a la Mujer Muerta, que allá más lejos en el espacio se le veía nevada y la cima se confundía con una nube cuando el cielo estaba escampado.