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domingo, 7 de marzo de 2010

Mi pequeño yang



1 de enero






Las puertas de los Wolsvagen se cierran con los innecesarios golpazos de sus dueños endrogados, es un síntoma de las mezcladas ebriedades que repercuten en las madrugadas de los primeros de año, síntoma fijo que aprehende a los secos salmantinos apenas se cruzan los primeros minutos de un nuevo calendario.

Si con la verdad pudiese ganar las guerras y conquistar continentes, pues aquí te estoy dando la mía para reconquistar otra oportunidad de tu amor.

Si se tratara de elegir una vida, pues yo también envidio como tú a los amigos, con sus cargos funcionarios, que hipócritamente se sienten útiles dándole consejos de kinder gate al clandestino nigeriano con labios reverberantes, o a los cincuentones infieles con la dignidad pisoteada, que mendigan una harapienta indemnización para no hacer escándalo en las frígidas Haciendas. Allí trabajan María Jesús y los rodrigos, que si todo está bien salen a las dos y al llegar a sus casas los están esperando sus romeos y sus ofelias.






24 de enero





El bon-sai está más humano que de costumbre. Y yo temo por su vida, pues antes de que me vaya a Segovia, había regado a otro que con los meses se me apestó. Así como las cuartillas yuxtapuestas, Katsumoto ha mamado mi tristeza en más noches que mañanas.

Acompañé a mi segundo cumpleaños con una desagradable sensación de pérdida que no había experimentado en ningún desamor. Que este cuaderno sea testigo: pues a partir de ahora vendré hasta él para escribirte todos los días.

Como lo hubiera dicho Jack Sparroud: si estabas esperando una excusa para hablarme, hoy era el día perfecto. Pues aunque también para festejar mi cumpleaños soy un caso curioso, lamentablemente la oportunidad de felicitarme no se repetirá hasta que llegue agosto.

Salí de casa a dar una vuelta para volver con menos de ti. Casi sin notarlo me sorprendí hablándote en los semáforos de ida. Y me quebré intensamente, con la esperanza de que los transeúntes iguales que yo me preguntaran que me pasaba. Pasé por un banco en donde aún no me había sentado para llorarte: estabas allí solita, masticando algún resentimiento contra tus genes.

Me había acostumbrado mucho a pensar en ella. Quizás fue por eso que cuando se marchó sentí que luego de cuatro meses mi mente se escapaba de un calabozo. Sin embargo aquella libertad me supo extraña: de repente me descubrí que estaba paneando dos o tres formas juntas para que volviera. Resultó que después de 4 meses había aprendido a amar aquellos problemas con ella me acurrucaba al oído, igual que si fuera un sabroso arrorró.





lunes, 22 de febrero de 2010

Extraño









Echo de menos a tus problemas cielo. La conmovedora indignación con la que me trasmitías tus penas. Improvisar soluciones para tus sufrimientos. Sugerirte denuncias para que tu romántica conciencia no te reproche el haber hecho la vista gorda a las injusticias que el Sino te tenía designadas. Echo de menos el sonar que hacía el eco de tus opulentas onomatopeyas cuando caminabas por el living y sentías el frío. Extraño esa desmedida desaprobación que te provocaban todos los gatos, desde que un felino desbordado se subió en ti para destrozar tu plumas a esquizofrénicos rasguñazos.



Tus suspensivos innecesarios…



Tus viscerales insultos cuando nos enfadábamos. La expectación que ponía en cada una mis palabras, deseando que me llegara una respuesta de ti. ¡Y tus lecturas! ¡Ay, Dios! Los camiones de bomberos y las ambulancias… Echo de menos preocuparme por tu incomprensible patología de alergia. Insistirte para que hagas tu Silva, o que me pidas instrucciones que al final no probarás.



Extraño tus errores.



Extraño ofenderme porque dejabas para segundo lugar a mis textos, y en cambio te ponías a hablar con un imbécil a 20.000 kilómetros. Extraño tu confusión, que te hacía elegir a veces tratarme como si fuera un desconocido. Tu despiadada historia y que corrijas mi seudónimo.



Extraño que cuando menos lo espero… lo eches todo a perder.




















22 de febrero


sábado, 6 de febrero de 2010

Desde el tu hasta el sin ti





Hoy te fui a llorar a la misma banca donde ayer me senté para pensarte. Como si fuera un trofeo codificado –aunque no sea de tu amor, pues de tus celos-, orgullosamente hago un recorrido por tus reproches y tus malos modales, de los cuales fui una voluntaria víctima, pues solo al amortiguar con mi despecho los odios que aún no desquitas -ni siquiera con los fantasmas-, puedo esperar a que valores mi compasión. Las heridas que aún no se cierran supuran con el mínimo roce nefasto. Cuando comprendí toda esa reaccionaria cadena eslabonada con males intercalados con luchas, me senté a pensar en una cualidad que te defina en los momentos donde nuestros latidos son inevitablemente arrebatados. Y como si hubiera eyaculado gruesamente sobre tu entrecejo dispuesto, me distendí cuando al bautizarte “Rabiosa”.

Los infantes se tutean por las veredas de Salamanca. Y no puedo evitar reconocer una generosa porción de tu alma en su gritería.


Salpicada de mil te amo panifiqué sin memorizármela la fantasía de una conversación futura.

Mi vida arrastra sus días de confusión. ¡Ay, Dios! ¡Cómo voy a extrañar el tiru-tiru que nos acercaba cada mañana! Ya no me quiero evadir en las letras de mi suplicio. Tendrán que pasar años para que encuentre una voz más hermosa que la tuya. Los quizás ya no armaduran, y los tal vez no acorazaron. El cuadrúpedo arpegio del gato sobre el parquet ahora no alegra la tarde. Ojalá alguna maría llamara a mi corazón con tanta fuerza como lo hacías tú.

Y he aquí otro día que se llenó con el sin ti.

Fui como un pañuelito que se estrujó para secar tus lágrimas. Pero tu corazón extrañaba a otros. Conmigo tapaste los peligrosos vacíos de tu soledad peligrosa. Pero mis tercos textos nunca te interesaron del todo. Dejé de esperar tu llamada hace treinta minutos, me pasa todos los santos días a las nueve y cuarto. Ya no tiene sentido colgar poemas en el espejo, para que te recuerde mientras me afeito. Y el portarretratos no llegará a adornarse con tu expresiva malicia. Quizás te esperé demasiado: así me acosté en el tiempo desde el tu hasta el sin ti. Crueles alejamientos causa el bajo nivel del amor propio. Y sin embargo -aunque sabía el precio-, cambié todo lo que me hacía bello por este cuarto despoblado.




(Anochecer)