sábado, 29 de mayo de 2010

Caminos con corazón

Lunes, 28 de enero, 1963

‑Si completas con bien el segundo paso ‑dijo don Juan‑, sólo podré enseñarte otro paso más. Al ir aprendiendo so­bre la yerba del diablo me di cuenta de que no era para mí, y ya no adelanté más en su camino.

‑¿Qué le hizo decidir en contra de ello, don Juan?

‑La yerba del diablo estuvo a punto de matarme todas las veces que traté de usarla. Una vez me fue tan mal que me di por acabado. Y sin embargo, yo habría podido evitar todo ese dolor.

‑¿Cómo? ¿Hay alguna manera especial de evitar el dolor?

‑Sí, hay una manera.

‑¿Es una fórmula, o un procedimiento, o qué?

‑Es una manera de agarrarse a las cosas. Por ejemplo, cuando yo estaba aprendiendo sobre la yerba del diablo, era demasiado ansioso. Me agarraba a las cosas de la misma manera que los niños agarran dulces. La yerba del diablo es sólo un camino entre cantidades de caminos. Cualquier cosa es un camino entre cantidades de caminos. Por eso debes tener siempre presente que un camino es sólo un camino; si sientes que no deberías seguirlo, no debes seguir en él bajo ninguna condición. Para tener esa claridad debes llevar una vida disciplinada. Sólo entonces sabrás que un camino es nada más un camino, y no hay afrenta, ni para ti ni para otros, en dejarlo si eso es lo que tu corazón te dice. Pero tu decisión de seguir en el camino o de dejarlo debe estar libre de miedo y de ambición. Te prevengo. Mira cada camino de cerca y con intención. Pruébalo tantas veces como consideres necesario. Luego hazte a ti mismo, y a ti solo, una pregunta. Es una pregunta que sólo se hace un hombre muy viejo. Mi benefactor me habló de ella una vez cuando yo era joven, y mi sangre era demasiado vigorosa para que yo la entendiera, Ahora sí la entiendo. Te diré cuál es: ¿tiene corazón este camino? Todos los caminos son lo mismo: no llevan a ninguna par­te. Son caminos que van por el matorral. Puedo decir que en mi propia vida he recorrido caminos largos, largos, pero no estoy en ninguna parte. Ahora tiene sentido la pregunta de mi benefactor, ¿Tiene corazón este camino? Si tiene, el camino es bueno; si no, de nada sirve. Ningún camino lleva a ninguna parte, pero uno tiene corazón y el otro no.
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De Las Enseñanzas de Don Juan

martes, 11 de mayo de 2010

marzo (fecha la ignoro)


El olor a las caracolas


13 de marzo
Mediodía

El retrato del cocker todavía está en el atril, pues en sus rasgos carbónicos se presiente que falta algo por esbozar: quizás más desparramadas de la heterogénea garafiteada, para que el dibujo adquiera una profundidad más homogénea, pues a como está ahora hay mucha tonalidad en los ojos y en las puntas de las orejas, pero los mirada que lo recorra puntillosamente, podrá decir del perro que es un bosque sinuoso de andar. Fallaron los retoques del 8B para que la camuflada punta de la trompa adquiriera un expresivo relieve. Posicionado en una postura alzada, sus ojos vigilan cada rincón de la habitación, como si se tratase de una Gioconda infinitamente tristona.

El mate y el humo del agua a punto que jamás permito hervir, las burbujas que salen a flote cuando cebo, como si fueran aplastadas burbujas hidrógeno y de oxígeno emergiendo en las jacuzzi de lodo oriental... Todo ha vuelto a ser igual que antes. Aunque con diferencias importantes. Yo no ando como antes escarbando en mi memoria, en la búsqueda de una experiencia digna para escribir, de un tema menos mediocre que mi mediocridad. Ahora sé que apenas me siento, tengo la muchísima madeja de su leyenda para desovillar.

Aún sigues siendo lo más importante en mi vida. Me diste historia.









Macha solía elegir trabajos donde el 99 sobre 100 de los puestos estuvieran ocupados por hombres. Una mujer tan hermosa moviendo maquinarias de construcción. Resaltaba como un Dalí exibiéndose entre monettes. Pero tenía una razón: Macha sentía que implantaba justicia, primero dejando que se enamoren perdidamente pero luego impidiendo que la tocaran. Me duele tanto que no esté aquí. Sólo consideré a una persona para contarle que Macha se marchó. Sus argumentos me afirman que no volverá, pero me consuelo pensando que no lo ha analizado todo.

Lo que me apasionaba de ella era que todos querían tenerla.

Cuela un sentido especial: como si hubiéramos hecho las paces, como si nos lo hubiéramos perdonado todo, como si estos dos meses sin ella no hubieran existido, como si de repente nuestro enamoramiento se hubiera remontado en un barrilete que vuela por los cielos del tiempo, y llegara hasta antes de aqulla noche en que me habló de un tatuador semiartístico.



17 y 18 de marzo



Aquí estoy para escribirle, para resumir en dos o tres oraciones el pomposo amor inquebrantable que siento y que seguiré sintiendo, conforme el anochecer avance y Salamanca se vaya desprendiendo de sus colores vivos, para al fin regarse con el alumbrado municipal.

A pesar de que en dos meses larguísimos no he marcado su número, pues en tanto tiempo hemos conversado miles de veces más. Y así presiento certeramente que tu voz quiere estar próxima…

A veces estoy a punto de dar el adiós definitivo a los cuadernos titulados con un Macha indeleble. Pero aún deseo que se escriban poemas cuyas estrofas se suiciden en un solo adjetivo que haga un silábico juego con su lores. Quisiera contar su historia tan rimada como en la Eneida, para que así ya no duela tanto el recuerdo de sus tragedias, que desde los 6 añitos la venían siguiendo una tras otra, como si con aquel pecado que perpetró su madre se hubiera encendido la mecha de un holocausto, y a su paso avanzaba por su vida, demoliendo un sueño tras otro como si fueran cayentes fichas de un efecto tequila.

Los días no apagan el pensamiento de ti. ¿Cuánto más fuerte deberé gritar -a los vientos de los montes salmantinos- que a pesar de todo te amo y que mi grito llegare a Alcalá?

Algunos días soy de releer lo escrito hasta el momento, y se me da por compararnos con la amada Erguida con Puño y Jonh Dombar, quien comenzó a endulzar sus estoicos apuntes militares compartiendo con su homérico diario el secreto de su amor, y por él confesando el despertar de su espíritu indio.

Con las reiteradas leídas, los suelos americanos viajaron hasta el Japón de más o menos la misma época, y el diario del teniente ascendió hasta ser las anotaciones de un capitán, el capitán Alegran, quien como su antecesor Dombar, cuya alma se ve tan influenciada por la convivencia que poco a poco se va convirtiendo en un siux más, pues así este capitán yanqui se va haciendo devoto samurai, y en su diario pasan los días de sus admiraciones por la cultura de la aldea, donde Alegran es prisionero hasta que se derrita la nieve del invierno igualmente hermoso. Las estilográficas anotaciones del capitán Alegran, quien cada día nutría con una hoja más la fraternal camaradería que se acostumbró a sentir por sus manuscritos. Así fueron engrosando las páginas escritas, de un cautiverio que es similar al tuyo o al mío. Pues esto a aquello se parece, salvo que nadie me fuerza para quedarme aislado, yo solo con yo y los hubiera sido que se encadenan a lo que fue nuestro amor.

La bandera que se llenó con la flameante estampa del tigre blanco, hizo que coincidieran la experiencia de una muerte indudable con una enigmática visualización del samurai Padre. Como las que deseaba que logres tú con el despreciado Silva.

Pero a pesar del menosprecio sentido a veces, me quedan tantos recuerdos hermosos de ti mi amor.

Como la mujer maltratada que termina aceptando los golpes como un inevitable cometa que chocará con el mundo en cualquier momento, pues con esa misma decepción he terminado por aceptar nuestra distancia. La siento como algo erótico. La vivo como la fuente escondida en el desierto, como un gran lodazal donde esporádicamente crecen los esperanzadores lotos de la creatividad. Todo gira en extrañarte. Y en que si algún día busco noticias tuyas los mensajes de otros hombres me arranquen el corazón. Entonces tendré que venir a desahogarme escribiéndote, para no estancarme en las torturas de un resentimiento apasionado.

También echo de menos aquellas solitarias veces cuando me sentaba a escribir para salvar los kilómetros a costa de largos epistolarios, ya que no me alcanzaban los diezmos para viajar hasta la estación de Henares, donde una vez me despediste con la miedosa súplica de un beso. Me encierro aquí buscando un detalle que tengan la suficiente dulzura como para contrarrestar el amargor de tu partida, menos amante con cada aceptación de este vaticinado desamor. Me fascino encontrando pastitos o arenas en la profundidad del cuadro: detalles misteriosos que necesitan de nuevas sílabas para ser expresados.

Me enamoré de tu historia pero más perdidamente de tu corazón. De cuando tenías chuchos de frío, que ciertamente parecía un corderito balando que me enternecía las células. Me derretía cuando perdía las casillas, cuando en esos momentos insultaba irritada, cuando hacía justificados sainetes. Ella siempre era auténtica. Los intelectos se los guardaba para sus libros y sus escritos. Una persona sin máscaras.

Prefiero existir cien días viajando a un pasado que tenga la tibieza de tu piel casi castaña, la inmensidad de tu olor a mar, antes que vivir en un presente donde tus ojos no existan.


(Tardecita)

jueves, 6 de mayo de 2010

Tres pellizcos para el repulgue







A las puertas de la biblioteca Torrente Ballester, un auto que me veda la distancia se cierra con un golpazo. Un pespunte colgante de la cortina apenitas se mece, como si el vientecito que exhala esa súbita cerrada, misteriosamente subiera hasta el quinto piso y entrara por la ventana entornada. Como si fueran aquellos tules volátiles que celebraban la venida de Venus [tules de seda que dando enruladas danzas le acariciaban el aura a la diosa], pues así la cortina con índoles escoceses se derrite sobre la hoja abierta de la ventana, parecida a los relojes dalintescos que colgaban de las ramas otoñales como un mantel que se pone a secar en el bosque. O a los violines desinflados que Salvador pintó en…

Como 3 pellizcos para el repulgue de una empañada gallega, el cuadrillé de la cortina escocesa se estruja en las esquinas altas de la ventana. Y desde ahí se despliega en milagrosos garabatos de dobleces.





23 de febrero
las ocho de la noche
Aún sigo aquí.
Escribo porque me siento más cerca tuyo. Ahora me dices que nadie sobre el mundo merece más que yo una sonrisa de la vida. Pero desde enero que me pregunto cómo es que pudiste insultarme de esa manera.
La verdad es que si hoy me muero, entre todas las cosas a las que debiera dejar forzadamente (entre ellas la emocionante espera de ti), habría una razón que me alegraría un poco: pues sé muy bien que el resto de tu vida lo vivirías pensando que el último recuerdo que me quedó de ti fue...
Los humanos somos tan frágiles, mi amor. Cuando vamos en bici nos dejamos llevar por la cuesta abajo, sin percatarnos de que a los autos le sienta igual que nos estemos o no divirtiendo, con tal de llegar al parking antes de que lo ocupe el gordo de la oficina de al lado.
Echo de menos tus traducciones. Cuando me llegaban los versos de Young doblados al castellano. Ellos contaban de tu rabia con el mundo, latiendo bajo esa inocencia de los 6 años.
Lo único bueno que tienen las desgracias en esa edad, es que permanecemos siendo niños para siempre. Pues el maleficio nos deja esperando vivir lo que nos fue vedado por las circunstancias.




24 de febrero
(un número especial)
Debí fijarme en la fecha antes que abandonar la cama. Los 24 soy propenso los accidentes y a los sainetes. Pero bueno, esa es otra historia. He venido a escribirte hoy porque quiero tomarme el atrevimiento de darte una contestación que no me has pedido. El paso de este febrero se fue haciendo un poco más lento tras cada día que tus deseadas palabras estuvieron ausentes. Pues desde el diez de enero esperé cada vez con menos esperanzas esa llamada, pero a su vez cuanto más ansioso de oírla estoy a lo que estuve durante la primer semana luego de que prometiéramos no vernos más.
Recién ahora me acuerdo: hoy me desperté soñando que discutíamos. Nos encontrábamos y peleábamos por dinero. Hasta el último segundo fuimos nobles: no se reclamó lo que fue de regalo. Y tus últimas palabras fueron: ¿porqué no pasas a tomar algo y te quedas para siempre?

Luego desperté.


¿Febrero veintiqué?

Eran las cuatro de la tarde cuando salí. El andar de una mujer me hizo acordar al tuyo. Al compás de cada taconeo el movimiento de sus glúteos me impregnaba con una excitación que aclamaba al sexo. La seguí tres calles, impactado por el parecido. Nada más me conformaba con verla. Era como si hubiera estado cerca de ti.
Bendije la duda porque consiguió que dejara de pensarte por un momento. Tú me has enseñado lo que significa una pérdida importante. Ni siquiera escribir un libro había preparado a mi corazón con la seguridad suficiente para superar tu distancia. Hoy es una tarde en la que me hace bien echarte en esa cálida cara todo los reproches que no te había dicho: Debiste haber escuchado más.
¿Pero para qué necesito trenzarlos sobre esta hoja? Si tan sólo al mencionarlos en mis pensamientos fueron menguando la influencia corrosiva que ejercían maquiavélicamente sobre mi alma sustanciosa. Una ceguera: eso es lo único que conseguiré de tanto escribirte.
Hoy por hoy, en este día, en este asiento duro, prefiero articular oralmente
mis emociones antes de que formen un largo mechón rizado como tus bucles de princesita, de la ricitos de oro que usó la cama de los tres osos. Mi amor… tu imagen de fantasía siempre aparece para dar riego al desmesurado anhelo que se funda en tus palabras. ¿Qué significa este repentino vacío de ti? Ya no le temo al recordarte.
Las réplicas de ayer han evolucionado hasta un consistente dolor que se funda en la añoranza de ti.




3 de marzo

Mi corderito enfermo

Eras tan hermoso. Hasta la peste se convirtió en una tierna equivocación de la vida si la llevabas pegada tú. Cuando me voy a dormir siempre me llevo al lado la caja multiuso que te servía como pesebre. Pero ya no me despierta tu cencerro madrugador ni tus balidos de eseoese. El desamor es una esperanza muy, muy larga, que se enfoca en tu vuelta a casa.

Mi corderito enfermo… Mi pequeño yang.


Mediodía




jueves, 22 de abril de 2010

Como






16 de febrero
18,30 horas










Desde que te oído por última vez ya han pasado más de 30 puestas de sol.

Me avergüenza decir que no ha podido cumplir con mi palabra de venir este cuaderno para escribirte todos los días. Supongo que ha sido por falta de tiempo, pero aunque no ha pasado un solo día sin que te escriba alguna que otra cuartilla [salvo que en otros folios] contando hoy van dos días que falto a mi juramento.






Ya habían pasado 30 días de haber oído tu voz por última vez, pero seguí luchando para que el fantasmagórico virus de la depresión –tras un cultivo de frases escuchadas-, no entierre su acorazada semilla en mi corazón. A su expansión destructiva le deberé que germinen los grotescos tentáculos de mi pena incansable. Aquellos brazos horrendamente pulposos, al compás de las corrientes sangrientas recorrerán mis aortas, polifurcándose por cada una de mis venas azules. Y como si fueran las aftosas caricias de una gillette estallarán en el minuto fijado por Cristo. Y se hendirán en mi carne.

Como si continuaras telefoneando a tu antojo en casa, ahora que se arregló, ando con el Siemens en el bolsillos de aquí para allá, por si acaso suena no tener que salir como un correcaminos hacia la sala comedor.

Como si hubiera elegido un último recurso en algo, con la intensión de recordarte un poco menos voy conociendo en el Tormes nuevas orillas. Pero a pesar de mis especulantes pronósticos, apenas me asiento en ellas te presentes
a mí como un partiente trueno que súbitamente estalla para auspiciar la tormenta.

Llegué a una parte del Tormes que huele a almeja. Y como las olas en los arrecifes, así irrumpe en mi alma tu olor a mar. Es entonces que toda la rivera subtormesina se tiñe con el celofán de las lágrimas sin remedio.

Quién sabe a cuántos maltratos habrás asistido llevando el perfume de las caracolas.


Mi pequeño Yang




18 de febrero





En esta segunda tanda, plagada de ondulaciones y lloriqueados tornados de mi grafito ayuntoso, que buscará obviar los apartados errores que hemos tenido, tiene ya su debutante bautismo: Estas horas de creaciones por escrito, hasta ahroa llamadas "paginas matinales", serán ahora las páginas de Lolita.


Hoy por hoy siento de una manera muy diferente los me y los te.











Mismo día, 23 hs

Mientras mi lápiz transcurría por los holográmicos rizados de un primer párrafo, dos gaviotas del Tormes se arrimaron hasta los techos de la avenida los Cedros. Esperando que de resultado -pero mucho más desesperados que cuando te escribí aquel primer poema-, hoy conozco tanto de ti vida mía que has llegado el momento de suplicarte escribiéndote que vuelvas a mí. Pero a pesar de que ahora también le pido tu regreso al Derviche atento, sólo he conseguido que el Siemens suene en mis sueños. Más de una vez salté de la cama al mundo para que la cantata de la campanilla se esfume a mi cuarto paso.









16 hs
Dos días antes



Después de haber garabateado dos o tres hojas, enriqueciendo con los mates de la mañana el campestre historial de mis cariñosos paladeos [que tiene origen en mi forzosamente distanciada Buenos Aires], pues aquí digo: como la muerte, la tarde nos llega a todos. Junto a ella otros mates (gustoso soporte amargo de las almas porteñas, siamés de las soledades), y junto a sus enviciados tragos otra nueva escritura que te habla a ti.





Tu ingenuidad iba posicionando las fichas de nuestra ruptura día por día. Salvando alguna que otra semana donde los intocables te amo pisaban la cúspide en los ochomiles de nuestro afecto, siempre estaba descubriendo una boicotera mancha negra en tu promesa de compromiso. Pero te decía nada.

Hicimos el amor de mil maneras distintas. Pero perfecto, de una sola. Había sido nuestra primera vez. Y su sabor fue más mágico porque estuvo salpimentado con ese sentimiento de compasión ardorosa que desde la tarde anterior nos venía ofreciendo la primera reconciliación, luego de nuestra primera pelea.

A partir de ese amor, tras cada problema que me contabas, tras cada lágrima que compartiste conmigo, tras cada crueldad confiada, tras cada una de aquellas lecturas que enmascaraban con la inocencia una historia terrible, has ido engendrando a mi pequeño yang, cuya estructura molecular estuvo compuesta por cada lamento que te escuché gustoso. Cada segundo que pasé a tu lado, lo he saboreado como un banquete de Jacks. Nuestro llámalo X ha sido como un postre exquisito en una sobremesa de cuatro meses.








¿18 de febrero?







Repentinamente el catorce se ha ido para transformarse en el 18.

La mayoría de las rutinas que son mecánicas nos salen casi todas bien. Otras en cambio, querida mía, requieren de una dedicación más amorosa. En esas fallo. Sino me dedico antes un poco ti soy muy torpe haciendo el resto. Por ejemplo, la cama pude tenderla bien hasta hoy. Salvo la que puse las sábanas arriba de la frazada. También lavo bien los platos. Aunque a veces me olvido dejar la pila sin los restos de arroz que se desperdician en la cena.

Sin embargo he tenido que transplantar dos veces a Katsumoto. Gracias a dios [en mayúscula] no corre peligro. Y antes de primavera comenzará otra vez a dar flores. Pero era la primera mudanza que hacía, y como neófito transplantista dejé la base del cuenco con demasiada tierra cuando lo saqué para recortar las raíces. Al ponerlo de nuevo salían muchas afuera, como si Katsumoto estuviera esbozando el plano de en miniatura creciendo en las tierras de Salamanca.



Hoy una llamada puso freno mis sueños, justito antes de que la mañana se desenlazara.

Últimamente, cada vez que suena el teléfono, experimentó un raro pico de emoción desesperada. Ese desespero era infrecuente en mi vida antes que apareciera tú. Pero ahora cada vez que la campanilla del remendado Siemens amenaza aromatizando mi muy fatigada expectación, pues a mí me gusta entusiasmarme con la vapuleada ilusión de que otra vez seas tú.

Sé que te hubiera gustado escribir final de nuestra historia con el párrafo final del traumáticamente enternecedor Cenicienta.



[Trece horas]

Dentro de mí













Seguía viéndola hermosa hasta cuando me despreciaba. Me recreaba pensando en cualquier cosa de ella. Quizás haya sido por deudas que viene arrastrando mi karma, pero cada segundo que compartimos me hizo inmensamente feliz. Con el tiempo dejó de leerme sus escritos, pues varias veces me leyó las cosas que yo esperaba que me dijera, sólo que las había escrito para otros que habían tenido algo que ver con su historia.

Adentro mío hoy hay algo
que lastima aunque lo amo

No se si será tu ausencia
lo que la mayor parte del tiempo
me está diciendo
“no escribas de esto o de aquello”

Pero adentro mío hoy hay algo
que aunque me dañe lo amo.





No me cuesta aceptar que sea el genio
que está muriendo de pena
en una lámpara que soy yo

Pero adentro mío hoy hay algo
que yo amo aunque hace daño

Es como el misterioso canto
de los búhos magistrales,
que por las noches acompañan
a la pena de los tristones


Dentro de mí vive algo
que no entiendo
porqué amo..

Pues lastima
Y va matando.






Degüello

viernes, 9 de abril de 2010

Tiempo para una guerra



8 o 9 de abril



Hoy por hoy, comienza a anochecer dos horas más tarde que el diez de enero. En esa benigna diferencia pueden coexistir miles de cosas.


En esas dos horas de día pueden colarse tantas calles nunca antes vistas, tantos gorriones que me harán decirle un réquiem a mi milagros. Con dos horas de atardecer podemos añadirle a nuestra memoria tantos árboles nuevos. En dos horas más de luz la rama que ha sido calva hoy estará florecida.

Con estas dos horas más de día puedo alcanzar -por ejemplo- las colinas que más alejadas están de casa. Subir a la cumbre sintiendo que soy Colón y que esa cima es mi América. Inflarme con una ráfaga de brisa como si fuera el aire del mar. En esa añadidura de atardecer puedo mirar al sol que se marcha para cantarle el sentido himno de mi admiración. O idolatrar los tonos púrpuras que visten los horizontes subtermsinos en el ocaso. O creer más en Jesucristo, porque veo a la luminiscencia bajar al mundo por las rendijas de una nublada opulenta.
Y por último dejarme caer rodando por la pendiente pedregosa que me da envión para la vuelta a casa, jugando a que esa cuesta abajo de césped es un tobogán con obstáculos: descender sorteando las trampas de material que dejó allí sabe qué dios, apretar más los frenos para que esta vez no me falle la inteligencia, o esquivar los pozos para que mi ojo no se arrastre por el declive del monte, entonces evitaré varios meses de duelo, ya que no se me rompió la paleta de porcelana.

Dos horas más de día pueden querer decir 5000 metros de río que no había visto antes. Entrar en Babilafuente o Aldehuela, y quedarme 5 minutos analizando el milenario nido de una cigüeña que adorna el techo del campanario. Sentir el frío de las miradas que me acusan por forastero. O preguntarle al apartado electricista dónde se abre el camino para ver atardecer a mi Tormes.

Dos horas más de día pueden querer decir estrenar siete kilómetros por la carretera de Madrid, y volver a casa antes de que anochezca. Esas dos horas de luz significan mucho para un ciclista, pues si estoy cansado al volver puedo hacerles gancho a un respiro con la coca-cola, si es que (para tomar un descanso del pedaleo imparable), me detengo en un quincho inmenso que huele a los extraviados asados q
ue emparrillaba papá, y siempre se está manifestado a la repatriada derecha de la ruta, como si fuera un nicho que guarda en paz la madre de todos los camioneros y ellos la van a visitar cada vez que se acuerdan. Esas dos horas más de luz significan que en ese bar de las almas que están perdidas, yo haya visto a los bisabuelos -enchapados antiguamente con trajes gris y marrón- jugando solemnemente una mano de muse, pensándose cada carta como si se estuviese jugando un ajedrez de 6 o 7 Kasparov.

Dos horas más de día pueden marcar la diferencia entre un regreso a casa en bicicleta o en ambulancia: ya que los conductores me ven mejor cuando la claridad embucha a lo ciudadano.



En dos horas más de día pueden caber tantos corazones injustamente destrozados.

Dos horas de anochecer pueden marcar la diferencia entre un mañana productivo y otro que será ocioso. Pues cuando regreso a casa -como si fueran las verrugas en la cara de un viejo- hay una cantidad de locales desparramados por la ciudad que vendrían bien para ponerme una librería. Pero está obscuro y yo no puedo fijarme bien si tienen colgando el cartel de se alquila.

Dos horas más de día pueden marcar la diferencia entre un delito intelectual y otro de hecho, pues (por no ser reconocido) el violador no ataca cuando aún hay luz.

Una guerra de Malvinas cabe en dos horas de día, si es que el anochecer se atrasa dos horas más. O 150 cuartillas escritas con la estudiada pena de las madrugada. Dos horas más de día significan todo eso.




Más tres meses sin el ella.

(almuerzo)

lunes, 5 de abril de 2010

Carrusel







9 de febrero




Me avergüenza decir que no ha podido cumplir con mi palabra de venir este cuaderno para escribirte todos los días. Supongo que ha sido por falta de tiempo, pero aunque no ha pasado un solo día sin que te escriba alguna que otra cuartilla [salvo que en otros folios] contando hoy van dos días que falto a mi juramento.

Ya habían pasado 30 días de hab
er oído tu voz por última vez, pero seguí luchando para que el fantasmagórico virus de la depresión –tras un cultivo de frases escuchadas-, no entierre su acorazada semilla en mi corazón. A su expansión destructiva le deberé que germinen los grotescos tentáculos de mi pena incansable. Aquellos brazos horrendamente pulposos, al compás de las corrientes sangrientas recorrerán mis ahortas, polifurcándose por cada una de mis venas azules. Y como si fueran las aftosas caricias de una gillette estallarán en el minuto fijado por Cristo. Y se hendirán en mi carne.











Mismo día, 23 hs






Mientras mi lápiz transcurría por los holográmicos rizados de un primer párrafo, dos gaviotas del Tormes se arrimaron hasta los techos de la avenida los Cedros. Esperando que de resultado -pero mucho más desesperados que cuando te escribí aquel primer poema-, hoy conozco tanto de ti vida mía que has llegado el momento de suplicarte escribiéndote que vuelvas a mí. Pero a pesar de que ahora también le pido tu regreso al Derviche atento, sólo he conseguido que el Siemens suene en mis sueños. Más de una vez salté de la cama al mundo para que la cantata de la campanilla se esfume a mi cuarto paso.













16 hs
Dos días antes












Después de haber garabateado dos o tres hojas, enriqueciendo con los mates de la mañana el campestre historial de mis cariñosos paladeos [que tiene origen en mi forzosamente distanciada Buenos Aires], pues aquí digo: como la muerte, la tarde nos llega a todos. Junto a ella otros mates (gustoso soporte amargo de las almas porteñas, siamés de las soledades), y junto a sus enviciados tragos otra nueva escritura que te habla a ti.

Respecto a la muerte, Benjamin había dicho: algunas veces venía a visitarnos un huésped bien conocido. Pues cada tantos meses o a veces años, en mis cuadernos se apoya un huésped cuyo rostro ya me memoricé. A veces los desamores visitan mi vida, y a veces soy yo quien dejo grabado a fuego su cruel emblema en las carpetas de otros corazones. Es algo así como los sellos reales usados para cerrar los sobres: pues las personas ponen su sello de desamor encima de la cera aún caliente de nuestras pasiones, y entonces permanecemos cerrados, guardando secretos magníficos, hasta que somos abiertos de nuevo por la mágica aparición de un colibrí o una mariposa.

En esta segunda tanda, plagada de ondulaciones y lloriqueados tornados de mi grafito ayuntoso, que buscará obviar los apartados errores que hemos tenido, tiene ya su debutante bautismo: Estas horas de creaciones por escrito, sunque es demasiado decir más, serán llamadas las páginas de los detalles.










14 de febrero







Apenas me levanté luego de enviarte la carta, Dios expectoró mi ser por las calles de Salamanca. Paré en una plazoleta impregnada sólo de calesitas, para fotografiar las mismas ternuras en las que cabalgué de niño. Los caballos de los que alguna vez yo había sido bravo jinete malevo, se habían trasformado en preciosos objetos caricaturezcos. Ya no tenían pelaje ni tampoco sus vientres múltiples vomitaban histéricas relinchadas. No podía creer que las monturas fuesen de plástico, pues yo las recordaba de cuero y pieles de búfalo. Vi TroncosWagen que no llevaban a Brutus ni a Pedro o Bilma. Tenía cuatro asientos tan plastificados como aquellas monturas desentusiamadas, y un volante que reflejaba una canica de sol. Los indios le alquilaron las chozas a unos motores que bombeaban eléctricas corrientes de agua aceitosa. Y ningún calesitero me ofreció jugar al ole con la sortija. Tampoco la vi a mamá, que antes me vigilaba para que los desconocidos no me ofrecieran chuches.

miércoles, 31 de marzo de 2010

Adiós
















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En la orilla del Tormes abandoné a una perla
Ya nunca más seré una almeja.
Pues aún muriendo nutrí de mi substancia
A un grano de arena extrañamente bello
Igual que el microscópico Yang
Flotando en la substancia benévola
Del Ying

La historia de mi perla es tan extraña
Como misteriosa puede ser
La historia en un libro quemado

Sacrifiqué un pedazo de mi alma
Para que se quede con la perla.
Pues dios me la había entregado
Deslucida, patitiesa…

Cuando la vi porvez primera
Estaba tan vacía
Que la impregné de mi substancia.
Y así fue yo por algún tiempo…
Y yo ella.
Hoy me desprendí
De su hermosura amarillezca.

Un útil sacrificio de mi alma
Se quedó en el Tormes junto a ella:
La protegerá por algún tiempo
Del frío, el extravío…
O que la corriente no la arrastre
Cuando bajen las esporádicas riadas.


Nació perla, se hizo arena
Mi perla creció en tierra sin mares
La ultrajaron tres almejas









8 de marzo de 2010
(piedra)

Un epílogo en Blancanieves







Vivo mementos en los que pareciera que sólo el desamor baraja y reparte naipes para este luego, que más valdría llamarlo un predecible chinchon o escoba, antes que truco o un picante desconfío, puesto que jamás usamos la mentira para que un 6 tenga el valor de un as. Tampoco cantamos los envalentonados vale cuatro mientras nuestra mano tenía un siete falso para el final… más bien a menudo aceptábamos los falta envido de la vida con una sota y un tres que vivían en el mismo palo.


4 de febrero


Titiritean mi vida – otra vez desinflada-, las tristes sinergías del desamor: ofreciéndoles a los más cercanos las quietas funciones de mi amargura, fuerte sentimiento que sin alternativa deducirán en mí quienes me ven.

Mi amada llenaba sus hojas por una sola carilla. Para hacer lo deberes se había comprado biromes de muchos colores. Pero prefería las lilas.

Hasta no hace mucho, sólo quería leer sus finales ingenuos una vez más. Con finales más o menos felices, súbitamente guillotinaba el jugoso nudo de su literatura, evidenciando que ya se había cansado de escribir; o estropeando la genialidad de todo un trabajo, finiquitábalo todo con un gracias por siempre o un forzado te quiero. Coronaba el final de sus compactísimos ensayos con enromanticados epílogos de una línea, que parecían los desenlaces de Blancanieves o El gato con botas.






28 de marzo


Los vientos subtormesinos pasean por las terrazas de Salamanca. A falta de los molinos, la antenada de la ciudad se queda vibrando al son de la fuerza eólica, y cual su fuera el quejumbroso resoplo de un resorte, a medida que el viento abarca zonas los ecos van apareciendo en un edificio tras otro, como si fuera la llama de esperanza que inventó Tolkien. Pero que nadie tenga miedo: ninguna cadena dejará de emitir lucrativas histerias de sus belenes esteban.


A unos 100 pasos de niño sentí la llave en la puerta de entrada, pero aunque se abra no será ella.



Y yo: profundizo la vista aérea del mate, que reposa en una geométrica depresión rosada que tiene una caja de pantalones. Como si fuera un valium intravenoso, a través de mis pupilas me infiltro en la yerba arada. Y siento en piel mares submarinos del las aguas ya casi hervidas.

Los atardeceres españoles comienzan una hora más tarde, pero aunque el invierno haya pasado mi ella no ha vuelto.

Estoy seguro que en cinco años ya no continuaré pensando en ella como lo vengo haciendo nada más comenzar agosto.

Mi alma es la casa de este comprender bien, pero hasta que fue una semana antes de primavera cada día la extrañaba más. Pero cuando me convencí de que ya no iba a volver, me hice fuerte y al cabo de siete días puede olvidarla tanto como si hubiera pasado un año. Quizás mi nepente fuera el perdón. Lograr que sus insultos no cuenten para mi alma, empezar a juzgar aquellas palabras a escondidas como si hubieran sido las travesuras de una niña cuyo corazón tiene latidos de rebeldía.






domingo, 28 de marzo de 2010

Acostumbrado al sin ti


31 de enero de 2010
Un mes después


Mi confusión ahora está escalando un declive que hasta hoy había desconocido, y tras cada metro avanzado su suelo caballero se desestabiliza más y más, pero de todas formas seguiré subiendo por este sendero inconsistente, que tan lenta como obstinadamente me alzará en la cumbre de un extraño torrente que coronaré siendo más resistente, la mañana que finalmente me haya acostumbrado al sin ti.

Y antes de soltar la mano que sujeta las riendas de mi corazón escribiente, yo acariciaré la sangre que le unge para que se eche a correr por el bosque de mis prosas con más confianza.

Hemos perdido, y hemos ganado ambos.

Sin habérselo dicho, como si me deslizara sobre una cartesiana parábola, el dos de octubre fui hasta su casa.

Más imponiéndome que por persuadirla, para no discutir conmigo aceptó al fin acompañarme a comer. Ella tenía una exótica alergia a la carne de cerdo, como si Dios le hubiese escarbado en los adeenes para llevarse un pellizco de su perfección. Así que compramos unas lonchas de pavo. Era divina como se tomaba su enfermedad. Nombraba con agradecimiento a sus medicamentos: decía mi valium o mi clorazepam, o agregaba diminutivos al término de algún jarabe. Y aunque a ella no le gustaba conseguí mayonesa en un almacén, cuyas paredes dejaron de existir en mi memoria a los pocos días de haber salido de allí.

Quizás su forma de caminar –notablemente ligera pero a la vez rimbombante, como si se tuviera que agarrarse al mundo para no levitar- le restaba importancia a todo. Quizás porque mi atención espectaba sus ojos constantemente. Era lo mismo que estar cuidando a un jilguerito que en cualquier momento se me iba a escapar, o como si todo el tiempo tuviese miedo a que se muriera.

Aunque se la veía un poco incómoda en mi compañía, aunque no me besó con la misma pasión que yo, entiendo que se esforzó para aceptarme finalmente como era. Y se esforzaba haciendo cosas de enamorada para que yo me sintiera bien.





La inmediatez transplantada ahora echa raíces en mi espíritu con todo éxito. El triunvirato de llamados se desparramó sobre el lunes, desde un envejecido amanecer hasta que el cielo de Salamanca esbozó su primera oscuridad.

2 de febrero

Desde la mañana esperé junto al teléfono, con la misma ilusión que había esperado a que te dieras vuelta antes de ponerme a fotografiar los grafitis que rejuvenecían las escaleras de la estación. Entonces, por segunda vez, experimento la bofetada que puede pegarme su modesta astucia. Ella ha elegido empezar a ignorarme en un día especial para mí, para que así me duela el doble.

Algunos amores comienzan a romperse con la misma magia con la que se crearon, pues eligió desaparecer de mi vida en la misma fecha que la conocí. Y así guardaremos como si fuera el paisaje más triste el recuerdo de una fecha magistral.

[La tarde]

jueves, 18 de marzo de 2010

Ohio


Recuerdo claramente: marzo 6
(mañana)





Luego de que te pasearas doce horas seguidas por las puertas de los roperos y el acusador golette de los techos, mi consciencia me pone una cachetada con mis demorados emprendimientos, como para espabilarme, diciendo que yo también tengo responsabilidades, aunque más no sean del tamaño de mi pulgar. Los inconclusos principitos 2 y 3, el ayudar limpiando los baños de la casa, para que a mamá no la castigue la osteoporosis ya parentesca.

Cuando me entero de la mañana vuelvo como un rayo a Salamanca.

Medianoche [otra vez]



CSN&Y, continúan con el show presentación que hicieron en mi pieza ayer a la noche.

Hoy ha sido el día más repleto de ti.

Curiosamente, y dependiendo en que día sea, variar la forma de una sola vocal puede cambiar todo el estilo de la caligrafía. Es un tema interesante, por qué parece que mejora o decae el ánimo hacer la ese así o así. Sin embargo ahí se queda. Tal como cuando anochecía y el pinar se quedaba detrás mío, con el Señor contemplando las huellas que fui dejando en las tollas y los vados de los arroyos. Desde que comenzaba el otoño hasta finales de la primavera, mirábamos para arriba y el Peñalara estaba con un sombrero de nieve hasta que la Tierra redonda se acercaba más al solcito. O si no a la Mujer Muerta, que allá más lejos en el espacio se le veía nevada y la cima se confundía con una nube cuando el cielo estaba escampado.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Todavía

¿Quieres que comience con el recuento las lecturas pensadas en estos dos meses de invierno? Dos caras en el estanque, La casa de Asterión… Desde la mujer que soy.

De todas formas siempre estuviste. La casa te recuerda en cada rincón donde se oyó tu llamada. Las tela-araña vibraban al son de la melodía que el Siemens tuviera elegida, cada vez que un alma desde Alcalá buscaba la compañía de un oidor en la casa. Imagínate cuánto que te recuerdo. Aún sigues siendo el absoluto sentido de mi vida.

¿Qué decisiones tomaremos entretanto? Doblegará ese orgullo contagiado, o a esa necesidad impetuosa de no volver a sentirse mujer. Aunque tengo evidencia de que ello solamente fueron palabras, porque
aún sigue dolorida con otros seres en quienes crece el bigote, y nada más sigue descartando pretendientes para sentir que hay una justicia más en la Tierra. Pero en el íntimo nos derretimos analizando, recordando, aquellos hábitos propios de nuestro opuesto. Así como la imaginación de los hombres se deleita pensando en un sostén o el hilo de una braguita negra, he visto en sus ojos la admirada curiosidad cuando estrechamos las manos el barman y yo. También se adivinaba una revolución de hormonas cuando el orgullo se ponía a flor de mi piel. ¡Qué importan los dichos de Conny Mendez o el Sant Germain! Si lo que yo quería era pasar un día entero en sus brazos. Sólo que no a cualquier precio. A lo mejor todo esto es el miedo a sentir otra vez el rechazo sin razón. Tal cual fue el diplomático desplante un día quince hace cuatro meses. Pues cuando miro todo esto en retrospectiva, me había envuelto su entrega con moño rojo y cordones rizados. Y yo ya había pensado como proseguiría todo, pues aún no era nuestro momento.




11 de marzo




Hoy un galopante presentimiento afirma –tal cual lo sentí en las dos anterior y violentas cartas- que este cuaderno no será el último que te escriba, querida mía. La diferencia está en que –si uno ya tiene claro qué va a escribir- una carta se termina en el mismo día, y en otros dos ya puede estar sostenida por esos dedos deseados. Pero uno de estos pasivos cuadernillos puede tardar semanas, incluso meses en completarse; incluso si estas cursivas garabatearan su complextura todos los días.

Si para escribirme o hablarme estás aguardando a sentir una sospecha de que es el momento justo: la casa y principalmente yo te rogamos que no te demores ya más. Porque cuando aquí no hay nadie más que el gato, el almacén de recuerdos hace que me sienta extraño. Pero al alejarnos tú y yo, la casa también sufre un poco. Es como si alguien de la familia se hubiera muerto. Aunque no hayas vivido aquí, en el quinto B siempre estábamos esperando noticias tuyas. Eras alguien más en esta familia. Llamabas en Noche Buena, antes y al terminar el brindis, o era porque te sentías muy sola en esos momentos o quizás porque ya habías comenzado a enamorarte. Pero nada de eso importaba, yo siempre estaría de buen humor, siempre sabría qué hacer, siempre escucharía. Toda esa semana experimenté una de las mayores felicidades de mi vida: estabas tan linda, con esa vocecita de niña que tenía miedo de que la descubriesen haciendo algo que no tenía permitido, colgabas sin despedirte cuando entraba tu Gloria, y hasta la siguiente mañana ya no nos telefoneábamos. Fue como si hubiéramos estado de novios por cuatro meses.

Y entonces me doy cuenta de que a pesar de dos meses sin escucharte, todo resultó ser igual a tu Me alejo de ti. ¿Quién habrá sido ese afortunado? Aquí también permaneces a mi lado todo el tiempo, tras cada pasito que doy. Y jamás consigo desprenderme de tu presencia ausente.





jueves, 11 de marzo de 2010

Benjamín Button y Cenicienta

5 de febrero









Una semana entera no disuelve ni un poco la imagen de su cara por las mañanas. Siempre es en el mismo instante, cuando nos despertamos pero aún tenemos los ojos cerrados.

Para que ese recuerdo no le molestara, él se durmió escribiendo 5 resúmenes de la historia de Macha. Como en un A4, sobre el cual unas homogéneas voces tipografiaban las letras de un siniestro Cenicienta, del cual ella era la protagonista principal.



El desamor también nos avisa de su inesquivable presencia con señales muy parecidas a las que vimos mientras el amor iba germinando. Y así con el gota a gota de mi pena fui llenando el aljibe de la desilusión. ¿Cuántos días más como este me harán falta para olvidarte? Y si tu alegría me impidiera que te olvide, ¿Cuántos paseos como el de hoy, cuántos viajes que me alejen de casa necesitaré para que no me apene al recordarte? ¿Qué tipo de sucesos harán falta que viva para que no sienta pena evocando a los inexorables poemas de tu sufrir? ¿Cuántas de esas amas de casa -a las que tu una vez llamaste impertérritas- deberé amar para que no aguarde más tu llamada hasta las nueve?

¿En qué filosofía estará el secreto para mi corazón no se extravíe de su sitio [como los niños que se van a jugar fuera de casa], cada vez que el destino trae alguna noticia con la melodía del fontanero? O cada vez que el cartero me trae un sobre a la casa. Pues aunque siempre me dejó impuestos, yo tengo la esperanza de que me imites y alguna mañana llegue hasta casa una epístola con tu firma.







¿Se llamará incertidumbre a este curioso colapso de conjeturas que desbocadamente sembró en mi pecho tu reaparición?

Con el dar vuelta tantísimas hojas, con el cultivo de miles y miles de caracteres que incomprensiblemente se han ido almacenando en las guardadas cuartillas de mis cuadernos, pues la verdad es que me fui convirtiendo en un bienintencionado descriptor de los paisajes que me conmueven. Pero tus pocas palabras me hicieron sospechar como un incómodo síntoma de culpa y no como una prueba de que me ames.






6 de febrero
mediodía



Ya estamos en el cuarto sábado que esta casa no sufre el pomposo alboroto de tu fija llamada mañanera. ¿Cuánto más he de esperar hasta que me llegue otra noticia tuya, mi amor? ¿Cómo no ves que sufro?



Tras de mí, el clocotero tictac es un inerte relleno para los chiclosos espacios que sufre mi tiempo maniatado a partir de tu ausencia: una mar de minutos en calma, que difícilmente se desasosiegan cuando un motor industrial se activa en Avenida los Cipreses y se entromete por la ventana en el comedor. El pestilente chasis avanza a menos del límite permitido, girando a no sé cuantas revoluciones sus llantas turismo o 4x4. Pero yo no pedo despegar del cuaderno de Macha. Puesto que aún no cortaste las cuerdas de la atmósfera –igual que el tiempo- maniatada, marcando los nueve dígitos que te acercarán a la romántica molécula subtormesina.






No quiero seguir pensando que he desperdiciado la oportunidad de mi vida. A pesar de los problemas era feliz contigo. Quienes no aprendimos a perdonar somos como un membrillo apestado: con la perfecta piel amarillo-verdoso, parece que nos saborearán suculentos golosos en las sobremesas de alguna cena estirada. Pero al momento de la verdad, el fruto evidencia una especie de cáncer, pues su pulpa fue masticada por los parásitos. Pues nosotros somos igual: todo indica que alcanzaremos el éxito, pero nada de aquello que intentamos llega a buen puerto. En el último minuto alguna cosa sale por arte de magia mal. Mientras sigo esperando noticias tuyas vuelvo a escribirte aunque esta vez con un fin: que te lleguen mis pensamientos.

Me los ha inspirado Brad Pitt, cuando por segunda vez le veo interpretando excelentemente a un Benjamin Button exageradamente atípico. Y a su vida, que se codea con nuestra realidad como un chimpancé podría entenderse con el apolo 11, en caso de que toda la tripulación falleciera de golpe y se quedara al mando de la nave.

Respecto a la muerte, Benjamin había dicho: algunas veces venía a visitarnos un huésped bien conocido. Pues cada tantos meses o a veces años, en mis cuadernos se apoya un huésped cuyo rostro ya me memoricé. A veces los desamores visitan mi vida, y a veces soy yo quien dejo grabado a fuego su cruel emblema en las carpetas de otros corazones. Es algo así como los sellos reales usados para cerrar los sobres: pues las personas ponen su sello de desamor encima de la cera aún caliente de nuestras pasiones, y entonces permanecemos cerrados, guardando secretos magníficos, hasta que somos abiertos de nuevo por la mágica aparición de un colibrí o una mariposa.


Y hablando de realidad, sin la intención de seducirte a través de esta melancolía, pero deseando fervientemente que mi dedicación te conmueva, puedo decirte que es muy cierto que cada desamor nos agarra cada vez un poco más viejos. Diez años a este ahora yo había sentido el mismo dolor que ahora experimenta mi alma. Lo que más me parece curioso son estas lágrimas, pues no las solté en aquel entonces, y hoy en cambio no tengo hora entera sin que mis ojos las necesiten ver. Y –por supuesto-, sin la intención de aburrirte, escribiré la misma idea de diferentes maneras, así si alguna vez la incorporas, tu tengas a más de una frase para elegir, y utilices la que te suene más linda. Después de los 30 años vivimos en una etapa donde nos duele más perder las oportunidades que la vida nos ofrece para ser felices. Si antes pensábamos que la vida era tacaña, pues en muchas veces distintas no nos había dejado alcanzar el éxito, pues a los 32 años, entones, la consideramos cruelmente mezquina.

Y ya lo ves: me has enseñado algo que demoramos en aprender. Y aun cuando nuestra singular experiencia nos diga que es cierto, nunca aceptaremos del todo: simplemente, vamos muriendo.



domingo, 7 de marzo de 2010

Mi pequeño yang



1 de enero






Las puertas de los Wolsvagen se cierran con los innecesarios golpazos de sus dueños endrogados, es un síntoma de las mezcladas ebriedades que repercuten en las madrugadas de los primeros de año, síntoma fijo que aprehende a los secos salmantinos apenas se cruzan los primeros minutos de un nuevo calendario.

Si con la verdad pudiese ganar las guerras y conquistar continentes, pues aquí te estoy dando la mía para reconquistar otra oportunidad de tu amor.

Si se tratara de elegir una vida, pues yo también envidio como tú a los amigos, con sus cargos funcionarios, que hipócritamente se sienten útiles dándole consejos de kinder gate al clandestino nigeriano con labios reverberantes, o a los cincuentones infieles con la dignidad pisoteada, que mendigan una harapienta indemnización para no hacer escándalo en las frígidas Haciendas. Allí trabajan María Jesús y los rodrigos, que si todo está bien salen a las dos y al llegar a sus casas los están esperando sus romeos y sus ofelias.






24 de enero





El bon-sai está más humano que de costumbre. Y yo temo por su vida, pues antes de que me vaya a Segovia, había regado a otro que con los meses se me apestó. Así como las cuartillas yuxtapuestas, Katsumoto ha mamado mi tristeza en más noches que mañanas.

Acompañé a mi segundo cumpleaños con una desagradable sensación de pérdida que no había experimentado en ningún desamor. Que este cuaderno sea testigo: pues a partir de ahora vendré hasta él para escribirte todos los días.

Como lo hubiera dicho Jack Sparroud: si estabas esperando una excusa para hablarme, hoy era el día perfecto. Pues aunque también para festejar mi cumpleaños soy un caso curioso, lamentablemente la oportunidad de felicitarme no se repetirá hasta que llegue agosto.

Salí de casa a dar una vuelta para volver con menos de ti. Casi sin notarlo me sorprendí hablándote en los semáforos de ida. Y me quebré intensamente, con la esperanza de que los transeúntes iguales que yo me preguntaran que me pasaba. Pasé por un banco en donde aún no me había sentado para llorarte: estabas allí solita, masticando algún resentimiento contra tus genes.

Me había acostumbrado mucho a pensar en ella. Quizás fue por eso que cuando se marchó sentí que luego de cuatro meses mi mente se escapaba de un calabozo. Sin embargo aquella libertad me supo extraña: de repente me descubrí que estaba paneando dos o tres formas juntas para que volviera. Resultó que después de 4 meses había aprendido a amar aquellos problemas con ella me acurrucaba al oído, igual que si fuera un sabroso arrorró.





martes, 2 de marzo de 2010

En el haber de la añoranza



Me pregunto si habrás notado cuantas cosas has hecho por mí.

Así como el cocainómano que se rehabilita reincide alguna que otra vez en el vicio, pues de esa misma manera a veces el heroico hermetismo comete una vulgaridad, y en los escritos se muestran más sentimientos de los que quedarían bien. Sucede que hablar de nuestros sentimientos es una atractiva vanidad a la que pocos escapan: hasta el budista, de vez en cuando, ha de cometer la excepción de decir yo.

Ayer he intentado otra vez dejar de amarte. Ese empeño no está mal, salvo por el sentimiento de derrota que sufre el orgullo, pues cuanto más me empecino en tachar a tus rizos y a tu sonrisa estupenda de las ya superestudiadas anotaciones que hay en mi alma amadora, pues más se aferra mi corazón a las manos de esa chiquilla que conocí.

Desde que nos insultamos, no recuerdo haber vivido días tan largos como los de este final de invierno.

Pero aún sigo aquí, contabilizando los días que pasaron sin el ti.




Mediodía 23/2/2010

sábado, 27 de febrero de 2010

Un vaso de agua sin sentir sed



28, quizás


Ya es la tarde.


El tiru-riru ha sonado con una opereta cortita y diferente. Ayer he cambiado el fonta
nero por otra que ni me interesa saber su nombre, para que así no me ataque lotob y me empiece a desacostumbrar de esperarte.


Muchas ventanas de Salamanca están a punto de hacerse astillas: los vientos subtormesinos transitan por mi primera castilla a 130 kilómetros en una hora.
























Las cosas tenían que ser así: aún no estabas preparada para valorar lo que yo tenía para darte. Y yo no pude esperar sin que este enamoramiento me asfixie. Como te decía en la carta: los celos me están matando. Sólo sé que en 2 días he soñado 5 veces contigo. El último fue que habías preparado un perfil diferente. Y por todos lados decía todos mejor que nico.




















Aunque tu nombre no había cambiado, sí cambiaba tu residencia. Ahora estabas en en Argentina. No quisiera mentir, pero creo que figuraba la provincia del chico que te dejó un mensaje en el blog de Perla. Ese mensaje que no borraste. Me llamó la atención no verlo, era extenso y también romántico. Antes escribías todos los días allí, y ahora parece el cuaderno de una niña que no puede salir a jugar. Yo también te he golpeado, ahora lo entiendo. Lo siento tanto.







En el sueño, para herirme aún más, habías hecho unos grotescos retoques a tus fotografías. Tu expresión había pasado de emocionada hasta una amargura que me dolió. Me daba pena pues parecías una mujer común. Un dolor parecido sentí cuando vi el anuncio de los pelos largos que buscas por tu ciudad.

En las fotos deslizadas, tu conjunto ahora se había pintado de blanco, igual que los gatitos cuando querían dejar de dar mala suerte.

Este mediodía ya se pasaron siete días desde que el teléfono sonó por última vez sin ti. Me siento huérfano de mis instintos. Un bastardito sin escuela. Nadie pregunta nada. Tan solo hubiera un amigo, un padre… Entonces una pregunta masoquista invade mi espíritu una vez más: ¿Con cuánta frecuencia entrarás a leerme?



Me gusta pensar que estos escritos son para ti como el recreo para una niña que va a la escuela. O coo un cuarto lleno de cromos y piruletas, que donde miras hay algo rico que te hace seguir soñando, algo que te gusta mucho y te junta saliba en la boca… algo que te hace feliz y que no se agota.