Un cielo seminublado espiraliza caballos esponjosos. Bajo ellos antenas parabólicas, tiernos respiraderos y las chimeneas adorables rellenan la terraza de un edificio peticito: las románticas características de Salamanca colaboran para que esta melancolía de ti jamás se apague. Pobre de ti si esperas que escriba como Cortázar –insignificante meloso con gigantismo en las manos-, sus líneas son tan simplistas. Como lo hacía Benedetti, pues Cortázar utilizó palabras muy blandas como para eternizar sentimientos de tanta hondura como el amor o la muerte. “Bichita” o “vómito de arena”, son tan facilongos como pueden serlo los te quiero de un desesperado por el sexo. Ya no recuerdo tu número entero. Ni espero con la ansiedad de antes a que lleguen los días dos. Sólo me acuerdo con cuánta expectación era de esperarlos mientras te hablaba para darte un regalo o para no decirte nada. Incluso muchos meses dentro del no tenerte los controlé para ver si te animabas a volver en un día especial. En todo este tiempo te extrañé más cuanto menos te escribía. Cuando sean las 9 de la mañana, habrá hecho un año del día en que te conocí. Nunca podré decir que es como tenerte viviendo aquí, en la casa de Los Nogales. Sin embargo cada vez que te lloro, cada vez que quiero contarte algo, sé que en este cuaderno voy a encontrar tus charlas y tus besos. Hace tiempo que quería contarte una cosa de cuando regresaste de Almería: volviste un jueves, y entre viernes, sábado y domigo… Entiendo que a todos nos contagias tu tristeza y tu fe. Pero conmigo eres más de contagiar cosas lindas. Es algo muy interesante cómo es que Dios –en su inexplicable red de sucesos–, se hace rogar para que coincidan el don con el que nos diferencia al nacer y las oportunidades que iremos teniendo a lo largo de la vida para poder contentar dicha virtud.
septiembre 2010
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