sábado, 2 de abril de 2011

Inexorable


Desde hace mucho que quiero contar una historia comenzando con “Érase una vez”. Así como Cenicienta, la mía quizá tenga un final feliz. “Nada es para siempre”. Lo que decía Benjamín Button es muy largo como para explicarlo aquí. En cambio diré que echo muy de menos las cosas de niña que ella tenía. Cuando le estaba enseñando a escribir eligió unos bolis livianitos. “Al usar con muchos colores te dan más ganas de seguir escribiendo”, me dijo y tenía toda la razón. Con el tiempo me contagió sus gustos. El de ella fue mi color preferido y rosales azules reemplazaron a mis jazmines quilmeños. ¡Cómo la amaba! Tomaba mates de leche sin que nadie le cuente que ya existían. Claro, tenía cosas que me dolían también. Se aburría si le leía mis textos. Es que tuvo una vida tan dolorosa. Y yo hablándole de amor. Pero sus desprecios sólo conseguían enfadarme hasta que volvía. Cada día es un poco más largo, y más largos son cuanta mayor cantidad hay en ellos de algo que te regrese hasta mí. Ellos se consisten en un pantano por donde desfilan un cuento de tus imágenes. Con la vara de una indiferencia que me marchita, el tiempo de los silencios mide el valor que para ti tuve.

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