Solía mirar tus ofensivas insolencias como si fueran un error mío y no tuyo. Al pensar en ti mi corazón aún vacila un poco. No encuentro nada lo bastante relevante como para que alcance la dignidad necesaria para entrar en tus hojas. Pero en mi corazón tu imagen indispensable alcanza para eclipsar cualquier brote que anuncie una nueva ilusión.
Existió una que casi se lleva tu lugar. Pero nadie pudo entrar a mi país, tierras sentimentales que cada día fueron bañadas con las lágrimas que te han extrañado tanto. Todo el mundo continuaba con sus vidas, a nadie pareció importarle que Lolalandia se hundiese en el océano. Ni a mi famila ni a los vecinos estudiosos que se asoman a curiosear por la ventana: sólo a mí me importó que no estés. El tiempo me ha enseñado a extrañar poco. En realidad he dejado de extrañar a mucha gente. Lolalandia hoy es una tierra tragada por el mar.
Pronto te llegará una carta con instrucciones para que intentes hallar tu propia voz entre los escombros de lo que un día fue tu mundo. Hasta puedes llegar a encontrarte con la genialidad que lleva escondida casi 40 años en una lámpara tan cubierta de amarguras que casi implota para matarte.
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