martes, 5 de octubre de 2010

El Almanaque en Lolalandia



Un “¡Recién me despierto!” dicho tiernamente en ironía de regaño; “Esa vez que conseguiste una muñeca con los euros encontrados”; “Un solerito color lila de lunares”; “Las piernitas chuecas adrede”; “Su mano acariciando un mentón afeitado la noche anterior”; “Las lágrimas terriblemente hermosas”. Pues de esa forma en Lolalandia cada fecha del mes lleva puesto el nombre de un recuerdo tuyo.
Los días en Lolalandia no suceden de corrido: se van salteando entre ellos según los extrañamientos: En Lolalandia comienza el calendario con una cocina iluminada, como si el sol te estuviera espiando detrás de las legañas. Otro día lleva el nombre de un ¡click! de un microondas que te advirtió del café listo. Una postura destartalada mientras endulzabas la infusión. Un “me estoy enamorando”, que acompañaba toda esa belleza. Más bella por el dolor.
Los posesivos de niña que utilizabas en todo. “Mickey y Pluto que se fotografiaron con sonrisas personificadas”, fue el emisario de mis primeros teamo. El color mora que pintó tus dedos gordos pero flacos.
Otro día tiene el nombre de una traducción improvisada que le dedicaste al señor Young. Siguiendo la línea de la música, como evidencia de tu buen gusto hay otro día que se llama un señor Petty, acompañado de tu sé que te encanta. El día siguiente es orto recuerdo de la misma vez: una princesita agradecida con un nervioso beso de familia.
El día siguiente es un disparo que bautiza a los días que vienen con un perdigón de recuerdos tuyos: ese día se llamó “Sorpresa”, cuando estabas bajando del autito verde limón. Ese encuentro –como el otro-, a veces cambia de nombre, pues también se llama “Hado”: así me fui dando cuenta que en todo hay una porción de Destino. Pero que no lo rige todo en absoluto. Desde allí se dan origen a varios días que siguen. “El silbido de jilguero”. El “¡Una pluma!” burlón, que ya comenzaba a darnos cierto código de compinches. Un abrazo repentino. “Tu cara de Tribilín extasiado”. Y así empiezan a contar los días al aire libre: “Nuestra caminata hacia la plaza”. Tus rulos saltimbanquis. (Tu coyote). Tu mirada que se posaba en otros cuerpos. La confesión desalmada. Y el sol creando sudores.
En Lolalandia los primeros se llaman también de varias formas: “Un almuerzo de fin de año”, “El hermano suicida”… Una violencia de género frenada por el orgullo al buena hora despertado.
Lolalandia también tiene nublados. Los días nublados de Lolalandia se repiten muchas veces cuando el ánimo del loliniense es depresivo: “Tu firma en un rezo por gente que te iba a hacer mal”. Estos días son crueles. En Lolalandia hay un día a la semana que tiene una letra capital desagradable. Esa mayúscula escribe “Tu inocencia al contarme de los hombres que te aman”. Esos días, mi amor, los he aprendido querer. Lo que no significa que yo nunca te vaya a hacer berrinches.
A la mañana siguiente descubro que esa fecha tiene el nombre de uno de tus primeros quiero mucho. Una fantástica mañana que vino más siguiendo, llevó por siempre el nombre de verte en una cama, agradeciendo nuestra primera reconciliación. Lolalandia tiene días que se nombran únicamente con reiterar una palabra: “Multiorgasmo”, “Mis juguetes” o “Sexual”. Estos tres días añaden otro al almanaque: tienen como nombre a un delirio de chillidos, animados por la ausencia de unos días y el inevitable empuje de la noche.
Y así termina el calendario en Lolandia, tiñiendo al loliniense con una fábula que tiene moraleja en ella.



Nicolás López Dallara

domingo, 3 de octubre de 2010

En mi mundo hay un lugar

En mi mundo solitario hay un lugar muy escondido
que no respeta límites, que no respeta normas:
La constitución de Lolalandia ha sido redactada
en versículos de sueños y alfabetos de ilusiones.
 
En mi mundo hay un lugar maravilloso
eximido de políticas, de lógicas e ismos:
Lolalandia es multitudes de luces y esperanzas,
sus cielos y ciudades se encarnaron en palabras.



 En mi mundo desterrado hay un lugar remoto
cuya periferia es de una dimensión inigualable;
Lolalandia se parece a la cruz de los tesoros
que dulcemente se escabulle de los mapas.
  
En las playas de este mundo hay un lugar con vida propia
que ha crecido poco a poco, alimentado de mis versos:
Lolalandia es un ejército de médanos preciosos,
una extensa fila india de sus labios y caricias.

Los mares de este mundo son oleadas latitudes
cuyas aguas siempre bañan a una tierra escurridiza:
Lolalandia es una flota de archipiélagos hermosos
que se forma de sus manos, que se forma de sus risas.

En el mundo ayer se supo de una luna envuelta en pena
que una noche se cayó del firmamento a nuestra Tierra:
Desde entonces la República soñada es mi querida Lolalandia
-Sus fronteras expansivas me abarcaron con pasitos de palabras-.









29 de julio

sábado, 2 de octubre de 2010

San Jordi



El cuarto 24 sin ti











El portarretratos vacío parece tener la foto de la muerte. En él hubieras estado para siempre tú. Ha comenzado el día y ya estoy sintiendo toda tu ausencia en él. Hoy me he despertado con un sarpullido de ti. Me dormí escribiendo un libro con la intención de evitarte. Sin embargo, cuando desperté, luego de algunas vueltas y algunos rayos de sol colado por la ventana, arremetiste en contra de mis planes con tu ímpetu característico. Hasta tus impertinencias eran así de violentas, tus desplantes… tu posesión caprichosa. Casi casi te envío algo para regalarte en tu cumpleaños, pero sí así lo hiciera estaría desperdiciando la oportunidad de pasar en limpio cosas que son tildadas de tristes pero en su magnificencia bellísimas: pues aún no he tipografiado todo el cuaderno de Macha entero.













La Incredible string band, desde hace unas semanas que hechiza las esquinas del quinto B. Quizás nunca lo sepas: ¿Estas ganas de llorar son un sinónimo de una pena que nada puede tapar? O quizás del estrés que me ha causado el multifacético recuerdo de tus expresiones, que se empecinan en corretear por los pasillos de un laberinto iridiscente, como si fueran miles y miles de Teseos intentando controlar al único minotauro que soy yo.









El silencio de la casa colabora con la escritura de esta medianoche, para que finalmente algunas de tus miles de caras desaparezcan. Secretamente la inmensidad de esta historia han cultivado dentro de mí el infinito sembrado de tus vicisitudes.









No quiero sentir envidia por aquéllos que están cerca tuyo: Hoy es una tarde “perfecta, perfecta” -como diría Bejamin Martin-, para escribir: de tantos silencios se escucha la pava queriendo hervir a una habitación de distancia. Un resplandor total inspira la melancolía necesaria como para curar un corazón roto. Una mujer hacendosa sacude por la tanguera ventana las migas de los manteles y de las sábanas sus pendejos, que se desprenden del grupo familiar igual que las hojas se caen de los bonsái cuando la inoportuna cochinilla los debilita.









Por todos esos detalles que aquí yo cuento, esta tarde es perfecta para escribir. Pero esta tarde aún es más especial que las otras para escribir, pues tiene un secreto más: No estás tu.













Primero de mayo









Servían para que considera su herida. Era como una pitufina. La tercera vez que la vi fue maravilloso: me daba la impresión de estar contemplando algo terriblemente bello, pero a su vez la magnitud de su hermosura era la misma que la magnitud del peligro que corría mi corazón si la seguía queriendo. Era un espectáculo caótico. Ver la que caminaba y hasta respirando era como estar en prcencia de la resplandeciente crisis que sufre una inflada gigante roja cuando colapsa en supernova.